La miré de soslayo. Era la nieta del jefe del consorcio. La piel color canela y el cabello crespo y alborotado con colgantes de plumas que parecían desvelar su naturaleza de nido desastroso. Pensé en dar la media vuelta y evitarla, pero una idea fugaz me detuvo: si le hablaba, si hacía uso de mis más encantadoras sonrisas, quizás la chica le hablara bien de mí a su abuelo.
-¡Hola!- sonreí al darme cuenta de que había captado su atención. Me sorprendí un poco al ver sus ojos neutros entrecerrándose... probablemente no me recordaba-. Eres Danna, ¿cierto? La nieta del señor Alcántara... soy William Murphy, nos conocimos ayer en la cena de aniversario y- ella comenzó a caminar sin mirarme-... ¡hey! Espera tú... - estuve a punto de gritarle lo maleducada que se estaba comportando, pero me detuve.
Me miró con una expresión que no supe identificar.
-Si estás perdid...
-Tus ojos- dijo con una voz grave, casi en un suspiro, interrumpiéndome.
Pensé que se estaba comportando muy grosera. Pues claro, siendo nieta de alguien tan poderoso, de alguien de quien nuestra empresa dependía para salir de los problemas económicos en que nos hallábamos... me serené y le mostré mi sonrisa más dulce.
-¿Perdón?
Ella me miró un rato, como sopesando si debía contestarme o no. De cerca parecía aún más joven de lo que era... ¿quince? Recordaba cómo mi padre había comentado algo sobre su próxima fiesta de cumpleaños o algo así... mientras trataba de recordar, ella rompió el silencio con una voz monótona.
-Mi abuelo tenía este caballo pura sangre: Era totalmente negro, un semental fuerte y muy veloz. Se miraba particularmente hermoso cuando corría a todo galope- ella se detuvo un instante y me miró fijamente, con una expresión que no supe identificar-. Un día, el semental desapareció: mi abuelo dijo que probablemente había saltado la verja, loco por libertad... se perdió en el desierto y lo buscamos durante días. Cuando por fin lo encontramos, el caballo estaba deshidratado, flaco y moribundo... apenas respiraba cuando lo llevamos a casa... el veterinario dijo que no había remedio: lo había mordido una serpiente y era cuestión de días antes de que el veneno terminara por matarlo, pero su agonía sería larga... lo más humano era darle un tiro y terminar con su sufrimiento.
Ella se quedó en silencio lo que me pareció una eternidad y luego me miró fijamente a los ojos.
-Recuerdo haber visto los ojos del caballo: parecían vacíos, como si la vida se les hubiera escapado hace mucho tiempo... había algo como... - dudó y movió la cabeza sin dejar de mirarme-... algo como resignación... abatimiento... Cuando mi abuelo levantó el arma para dispararle, apenas se removió... como si la muerte fuera lo único que estuviera esperando... su dulce descanso...
La miré sin entender mientras una sofocante sensación subía por desde mi estómago encogido hasta mis pulmones, mi garganta... llenándome la boca de un sabor amargo.
-Tus ojos- repitió, sorprendiéndome de pronto, con el mismo tono en el que me lo había dicho antes; grave, bajo, lastimero-. Tus ojos me recuerdan a los del caballo: sin vida.
Frunció apenas el ceño y luego suspiró bajando la mirada y rompiendo la incómoda conexión a la que me había sometido
-Creo que mi abuelo también lo ha visto... Lo lamento mucho- me dijo sin volver a mirarme, dio media vuelta y se marchó sin mirar atrás ni una sola vez. Sin mirarme de nuevo.
No sé cuánto tiempo estuve ahí parado antes de que el mareo me recordara que no había estado respirando bien. Los pulmones me ardían mientras regresaba a mi oficina.
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