En algún lugar leí o escuché que a las únicas personas a las que hacemos felices con nuestro sufrimiento es a nuestros enemigos... siempre he entendido como sentido común que para hacer felices a los que amamos, debemos ser felices nosotros mismos. Siempre lo he sabido. Siempre lo he creído así...
Estoy divagando.
Pensé mucho en lo que te quería decir, pero, llegado el momento, en realidad no salió ninguna palabra de mi boca. Me conoces, sabes que mantengo miles de posibles conversaciones imaginarias en mi cabeza, planeando lo que diré y lo que me dirán... en realidad no sé porqué lo hago... al final nunca sirve de nada, porque las personas nunca responden lo que mi imaginación predice, y cada vez termino siempre en una encrucijada emocional que me imposibilita, hasta horas después cuando mi cerebro se vuelve a activar por fin y se me ocurre la ingeniosa contestación que debí haber dado.
No soy buena con las conversaciones de frente, probablemente porque no soy buena lidiando con cosas sentimentales, bajándome al nivel de ser sólo una chica perdida e inexperta. Una tonta, como bien lo resaltaste tantas veces.
Quizás es por eso que temía enfrentarte... quizás es por eso que ahora te escribo esta carta, incluso si, en realidad, aún no sé qué decirte.
¿Debería comenzar por contarte mi parte de nuestra historia? En realidad no tengo tiempo, y sospecho que sería fútil, porque de todas maneras, tú ya la sabes, tú estuviste ahí... y aunque no lo hubieras notado, en realidad, no tengo ganas de recordar nada... además, no tengo mucho papel y tengo aún menos tiempo antes de que despiertes.
Prefiero haberme ido antes de que despiertes. Sé que soy cobarde... debes estar pensando eso en este instante. Lo admito, lo sé, no soy capaz de negarlo. Sé, de alguna manera, que te molestarás muchísimo conmigo cuando descubras que me he ido.
Supongo que por eso tengo tanta necesidad de pedirte disculpas, por irme sin decir nada, por huir en la noche como delincuente... pero no pretendo hacerlo. No te pediré disculpas, aunque sé que te debo una explicación al menos, y esa es la razón de esta carta sin sentido.
Me voy, pero no me voy porque no te quiera. Sabes que te quiero, sé que lo sabes, porque has jugado bien la carta de ese conocimiento, has sabido manipular esa situación hasta orillarme hasta este momento... pero no te confundas, no te culpo. Creo que si sufrí, en gran medida fue también mi culpa.
Me aferré durante tanto tiempo a ti, incluso sabiendo que no me querías, que la amabas a ella, y cuando volviste a estar con ella, aunque sabía que debía dejarte ir, aunque sabía que debía alejarme y dejarlos ser felices, me quedé, me colgué a ti como un lastre y te obligué a cargar conmigo, impidiendo que fueras feliz.
La miraba todos los días en la oficina, odiándola descaradamente, porque sabía que yo no era tan buena como ella, tan bonita o sensual o llena de confianza... y cada vez que me dabas tus regalos de compensación por haber estado con ella, veía su estilo, sus gustos reflejados en todo, y la odiaba aún más... pero sobre todo, me odiaba a mí misma.
Sentí, durante mucho tiempo, que perdía todo lo que era, que me llenaba de sentimientos egoístas, queriendo conservarte cuando estaba consciente de que ustedes dos merecían estar juntos, que se necesitaban... pero es que yo también te quería, yo también te necesitaba. Aún lo hago.
Poco a poco me di cuenta de que me estaba perdiendo, me estaba convirtiendo en una persona cruel, lastimándote y lastimándome, culpándola a ella y a ti y a mí... me di cuenta de que era infeliz y que te estaba haciendo infeliz conmigo.
Pensarás que soy cobarde. Lo soy. Pensarás que soy rastrera, también lo soy. Pero en realidad no encuentro otra manera... sé que tengo que dejar de interponerme entre ustedes, dejarlos ser felices y buscar lo que perdí en el proceso de tratar de conservarte.
Por eso me voy sin decirte nada, porque sé que si te llegara a ver de nuevo, no tendría el valor de dejarte, seguiría aferrándome a ti, egoísta como soy, porque te amo, porque te necesito, porque a veces siento que no puedo vivir sin ti... pero estoy consciente de que quedándome sólo lograré hacernos infelices.
Debo confesarte también que tengo miedo... tengo miedo de lo que me dirías si supieras que me voy: si me pidieras que me quedara, no tendría el valor de irme, pero si no me lo pidieras... eso me mataría, porque me confirmaría que no me quieres y, en el fondo, eso es lo que más me duele. Así que me voy sin darte la cara.
Me voy para encontrarme de nuevo y volver a ser feliz, para poder desearles la felicidad de todo corazón, y no sólo de mente, no sólo porque sepa que así debe ser.
Te amo, Carlos, y te pediría que me olvidaras, pero soy demasiado egoísta y quiero que me recuerdes para siempre, que encuentres en alguna parte de ti, algún fragmento que me haya querido de verdad, no sólo como alguna de las mujeres que te llevabas a la cama para pasar el rato. Quiero que me recuerdes como uno de tus grandes amores, no como la puta que fui para ti. Por eso te pido que me recuerdes... yo haré lo posible por olvidarte, sin embargo, así condene mi alma por crueldad... espero que me recuerdes.
Adiós y gracias por todo, por ser paciente y dejarme quererte.
Te quiero,
Susana.
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jueves, 10 de noviembre de 2016
sábado, 2 de abril de 2016
Cuando te convertiste en espuma
Me hubiera gustado que nunca te enteraras de lo mío con Victoria.
Al principio no te dije nada sobre ella porque no consideré que fuera necesario, ¿sabes? Lo nuestro era poco más que un juego para mí… pero luego empezaste a encajarte en mi vida y yo te quería… te necesitaba ahí… sin dudas, sin reclamos sobre otras mujeres. La verdad es que durante el tiempo en que estuvimos juntos, nunca consideré hablarte de Victoria porque no pensé que fuera asunto tuyo.... no quería que fuera asunto tuyo.
Victoria había sido parte de mi vida desde hace tanto tiempo, que estar con ella siempre me ha parecido tan normal... casi como respirar… como si las cosas siempre fueran así… como si las cosas siempre tuvieran que ser así… no lo sé… yo… a lo mejor lo que debí haber hecho es decirte todo desde el principio, contarte como fue nuestra historia, como es esta historia rara que tengo con ella, ¿verdad? Pero, ¿cómo habrías reaccionado? ¿Qué habrías pensado de mí? ¿Que soy patético? ¿Que soy un estúpido irremediable? ¿Verdad que ni siquiera hubieras querido estar conmigo para empezar?
Al principio no te dije nada sobre ella porque no consideré que fuera necesario, ¿sabes? Lo nuestro era poco más que un juego para mí… pero luego empezaste a encajarte en mi vida y yo te quería… te necesitaba ahí… sin dudas, sin reclamos sobre otras mujeres. La verdad es que durante el tiempo en que estuvimos juntos, nunca consideré hablarte de Victoria porque no pensé que fuera asunto tuyo.... no quería que fuera asunto tuyo.
Victoria había sido parte de mi vida desde hace tanto tiempo, que estar con ella siempre me ha parecido tan normal... casi como respirar… como si las cosas siempre fueran así… como si las cosas siempre tuvieran que ser así… no lo sé… yo… a lo mejor lo que debí haber hecho es decirte todo desde el principio, contarte como fue nuestra historia, como es esta historia rara que tengo con ella, ¿verdad? Pero, ¿cómo habrías reaccionado? ¿Qué habrías pensado de mí? ¿Que soy patético? ¿Que soy un estúpido irremediable? ¿Verdad que ni siquiera hubieras querido estar conmigo para empezar?
Victoria y yo nos conocimos en la universidad. Ella estaba en su segundo año, yo acababa de entrar... me fascinó desde el principio. La conoces, ¿verdad? Es una de esas mujeres que parecen reinar ahí donde vayan, llena de confianza, llena del significado de su nombre... ella es hermosa y buena y generosa y graciosa y... a veces, cuando estamos solos, es torpe y débil, y lo es sólo conmigo...
No recuerdo la primera vez que la vi, pero recuerdo que siempre he pensado eso de ella: Victoria nació para ganar, ahí donde vaya, ahí donde se presente.
En nuestra facultad había un concurso todos los años. No era obligatorio, pero básicamente era una ayuda enorme para la cuenta de créditos académicos y era tu impulso para ser conocido, ¿querías que te contratara una buena firma al terminar? Ganabas el concurso y ya está... verás, ganar ese puto concurso te daba un futuro resuelto después de la graduación.
Se trataba de diseñar, por supuesto, algún tipo de edificio. Calificaban de todo: desde estética hasta lo práctico del proyecto... es como estar trabajando ya en un despacho normal, es la misma competencia, pero en este caso, en lugar de elegir el cliente, eligen los dueños de los despachos a los que quieres impresionar. Es algo así como una cacería de talentos.
Por supuesto, es más común que ganen equipos con experiencias, los de los últimos grados, pero eso no impide que como novato te emociones y entres al concurso con todos los ánimos y la seguridad que sólo la inexperiencia y juventud te pueden infundir. Unos compañeros y yo decidimos entrar en el concurso y así fue como comencé a tratarla. Los maestros nos hacían reunirnos en la sala de conferencias y desde las distintas áreas, se explicaban las necesidades del proyecto: ese año era un hospital. ¡Había que diseñar un hospital! Con todo y todo, con capacidad para quién sabe cuántos miles de personas, con seguridad y requisitos específicos para cada una de las áreas y salas. Probablemente suene mal para un arquitecto que pone tanto empeño en observarlo todo a su alrededor. Tú me conociste así, ¿verdad? Cuando entraste en mi vida yo ya tenía la costumbre de fijarme en cada viga, en cada ángulo, en cada detalle... yo ya tenía la capacidad de obsesionarme y apasionarme de lleno con mi trabajo... pero no siempre fue así... verás, esas cualidades, como tú las llamabas, las aprendí de Victoria. Fue con ella que aprendí a amar lo que hago... aunque es cierto que me gustaba mi carrera, fue a través de Victoria como empecé a conocer en verdad, a amar en verdad la arquitectura. Es por ella que soy feliz con mi trabajo.
Comenzamos a tratarnos en las conferencias preparatorias para el concurso: supongo que fueron sonrisas, saludos aleatorios, asientos cercanos... quizá algún comentario tonto. Nada significativo.
Recuerdo que la miraba siempre. La buscaba cada reunión, con la esperanza de que cruzáramos miradas, de que nos devolviéramos esas sonrisas insignificantes.
En fin... se entregaron los proyectos, entre nuestras miradas y sonrisas tontas. Cuando la vi ese día, irradiaba tanta seguridad que pensé que no podía ser real, ¿tonto, verdad? Pero en serio parecía como una artista de películas, demasiado perfecta, demasiado llena de sí misma.
Pasaron los días y cada vez que me la encontraba entre los pasillos de la facultad, se me fue haciendo más evidente la frustración que sentía, su ceño se fruncía con facilidad, dejó de darme las sonrisas tontas. A la semana, cuando se anunciaron los ganadores, nadie se impresionó de que fuese su proyecto el primer lugar. Su equipo festejó con la locura propia de los universitarios, pero ella salió frustrada del auditorio, tan aprisa que nadie que no la estuviera observando detalladamente, como yo, lo habría notado.
Entró como tormenta al baño de mujeres y a penas me di cuenta cuando la seguí. Estaba llorando, irritada, frustrada, gritando... como todo hombre que se place de serlo, no supe como reaccionar... me quedé ahí, ¿sabes? Como un pendejo imbécil. A lo mejor las cosas hubiesen sido tan diferentes si me hubiera ido, o si le hubiera dicho lo que ella necesitaba escuchar... si lo hubiese sabido.
"No tiene baños", me dijo. Resulta que habían planeado todo: habían cumplido con todos los requerimientos del requerimientos del cliente. Todo era perfecto excepto por ese pequeño detalle. En todo el hospital, no habían puesto ningún baño y aún así habían ganado.
Su equipo estaba muy molesto cuando presentó la queja y el rechazo del premio a dirección. Por supuesto, no les quitaron el premio. Había sido error de los jueces no notar la ausencia de baños, pero el trabajo era indudablemente el mejor. Victoria se frustró aún más: "Ese edificio no sirve para nada. La belleza es fútil cuando carece de utilidad", me dijo varias veces. Le molestaba que nadie lo viera. Decía que era como traicionar los principios éticos de su profesión. No podía aceptarlo y en ello se hizo un par de enemigos que antes fueron sus amigos. Así fue como entré a su vida de lleno: yo la escuchaba hablar con pasión, me emocionaba con ella y no decía nada, no porque quisiera callarme, sino porque en verdad no sabía qué decir. Victoria me fascinaba de tantas maneras que me a veces me era imposible creer que fuera real, que hablara conmigo, que me incluyera en su vida.
Pasaron muchas cosas entre nosotros, pero ella siempre decía que éramos como tierra sobre el agua: no se podía construir nada sólido sobre él. A mí me gustaba recordarle que el DF entero estaba construido sobre agua, y era tan sólido como lo que más... pero ella se reía de mí y cambiaba de tema sin que mis comentarios le afectaran en lo más mínimo.
Al siguiente año, fui parte de su equipo, y ganamos con un centro comercial que tenía baños de lujo. Uno de los jueces nos contrató a todo el equipo incluso antes de graduarnos. Es nuestro jefe actual... es un poco patético que nunca haya cambiado de trabajo, ¿verdad? La verdad es que nunca he tenido la necesidad de irme... Victoria ha estado siempre aquí, impulsándome a ser mejor, a amar y perfeccionar mi trabajo.
Siempre hemos estado juntos, estar juntos es parte de nuestra vida, ¿lo ves, verdad? No es algo de lo que me guste vanagloriarme, pero hemos estado juntos a través de sus relaciones fallidas con otros hombres, hemos estado juntos a través de mi extraña y diversa vida semi-amorosa... a lo largo de los caprichos de ambos, juntos siempre, cimentando la idea de que así sería. No había razón para pensar en un futuro que fuera diferente al de ambos juntos.
No quiero que te enojes con Victoria. La verdad es que ella jamás se ha enterado directamente de ninguna de mis aventuras... dudo que siquiera sospechara que tú y yo teníamos algo. Está en contra de cornear y eso... incluso los ratos en que "pasó el tiempo" conmigo, siempre estaba sola. No sabe hacer las cosas mal... soy yo el maldito puto... por eso no quería que nadie en la oficina se enterara de que estábamos juntos. Podrían haberle contado a Victoria y en ese momento ella me habría mandado a volar por lo sano. Jamás se atrevería a hacerte nada. De hecho le agradas mucho... siempre habla bien de ti... todo el mundo siempre habla bien de ti... soy yo el cabrón que hace todo mal pensando que está bien ser así, que me puedo justificar. ¿A que quieres mentarme la madre después de lo que te conté? ¿Verdad que sí?
La verdad es que todo el tiempo estuve pensando en mí. Incluso cuando llené tu casa de flores después de acostarme con Victoria y decirte que estaba trabajando en un proyecto. Incluso cuando te hice el amor como un loco después de irme un fin de semana con ella. Incluso cuando me ensañaba contigo los días que ella no me quería aceptar entre sus sábanas, cambiándome por el trabajo. Incluso todas las malditas veces que te diste cuenta mientras yo pensaba que me salía con la mía, y te denigraba pensando lo estúpida que eras...
En nuestra facultad había un concurso todos los años. No era obligatorio, pero básicamente era una ayuda enorme para la cuenta de créditos académicos y era tu impulso para ser conocido, ¿querías que te contratara una buena firma al terminar? Ganabas el concurso y ya está... verás, ganar ese puto concurso te daba un futuro resuelto después de la graduación.
Se trataba de diseñar, por supuesto, algún tipo de edificio. Calificaban de todo: desde estética hasta lo práctico del proyecto... es como estar trabajando ya en un despacho normal, es la misma competencia, pero en este caso, en lugar de elegir el cliente, eligen los dueños de los despachos a los que quieres impresionar. Es algo así como una cacería de talentos.
Por supuesto, es más común que ganen equipos con experiencias, los de los últimos grados, pero eso no impide que como novato te emociones y entres al concurso con todos los ánimos y la seguridad que sólo la inexperiencia y juventud te pueden infundir. Unos compañeros y yo decidimos entrar en el concurso y así fue como comencé a tratarla. Los maestros nos hacían reunirnos en la sala de conferencias y desde las distintas áreas, se explicaban las necesidades del proyecto: ese año era un hospital. ¡Había que diseñar un hospital! Con todo y todo, con capacidad para quién sabe cuántos miles de personas, con seguridad y requisitos específicos para cada una de las áreas y salas. Probablemente suene mal para un arquitecto que pone tanto empeño en observarlo todo a su alrededor. Tú me conociste así, ¿verdad? Cuando entraste en mi vida yo ya tenía la costumbre de fijarme en cada viga, en cada ángulo, en cada detalle... yo ya tenía la capacidad de obsesionarme y apasionarme de lleno con mi trabajo... pero no siempre fue así... verás, esas cualidades, como tú las llamabas, las aprendí de Victoria. Fue con ella que aprendí a amar lo que hago... aunque es cierto que me gustaba mi carrera, fue a través de Victoria como empecé a conocer en verdad, a amar en verdad la arquitectura. Es por ella que soy feliz con mi trabajo.
Comenzamos a tratarnos en las conferencias preparatorias para el concurso: supongo que fueron sonrisas, saludos aleatorios, asientos cercanos... quizá algún comentario tonto. Nada significativo.
Recuerdo que la miraba siempre. La buscaba cada reunión, con la esperanza de que cruzáramos miradas, de que nos devolviéramos esas sonrisas insignificantes.
En fin... se entregaron los proyectos, entre nuestras miradas y sonrisas tontas. Cuando la vi ese día, irradiaba tanta seguridad que pensé que no podía ser real, ¿tonto, verdad? Pero en serio parecía como una artista de películas, demasiado perfecta, demasiado llena de sí misma.
Pasaron los días y cada vez que me la encontraba entre los pasillos de la facultad, se me fue haciendo más evidente la frustración que sentía, su ceño se fruncía con facilidad, dejó de darme las sonrisas tontas. A la semana, cuando se anunciaron los ganadores, nadie se impresionó de que fuese su proyecto el primer lugar. Su equipo festejó con la locura propia de los universitarios, pero ella salió frustrada del auditorio, tan aprisa que nadie que no la estuviera observando detalladamente, como yo, lo habría notado.
Entró como tormenta al baño de mujeres y a penas me di cuenta cuando la seguí. Estaba llorando, irritada, frustrada, gritando... como todo hombre que se place de serlo, no supe como reaccionar... me quedé ahí, ¿sabes? Como un pendejo imbécil. A lo mejor las cosas hubiesen sido tan diferentes si me hubiera ido, o si le hubiera dicho lo que ella necesitaba escuchar... si lo hubiese sabido.
"No tiene baños", me dijo. Resulta que habían planeado todo: habían cumplido con todos los requerimientos del requerimientos del cliente. Todo era perfecto excepto por ese pequeño detalle. En todo el hospital, no habían puesto ningún baño y aún así habían ganado.
Su equipo estaba muy molesto cuando presentó la queja y el rechazo del premio a dirección. Por supuesto, no les quitaron el premio. Había sido error de los jueces no notar la ausencia de baños, pero el trabajo era indudablemente el mejor. Victoria se frustró aún más: "Ese edificio no sirve para nada. La belleza es fútil cuando carece de utilidad", me dijo varias veces. Le molestaba que nadie lo viera. Decía que era como traicionar los principios éticos de su profesión. No podía aceptarlo y en ello se hizo un par de enemigos que antes fueron sus amigos. Así fue como entré a su vida de lleno: yo la escuchaba hablar con pasión, me emocionaba con ella y no decía nada, no porque quisiera callarme, sino porque en verdad no sabía qué decir. Victoria me fascinaba de tantas maneras que me a veces me era imposible creer que fuera real, que hablara conmigo, que me incluyera en su vida.
Pasaron muchas cosas entre nosotros, pero ella siempre decía que éramos como tierra sobre el agua: no se podía construir nada sólido sobre él. A mí me gustaba recordarle que el DF entero estaba construido sobre agua, y era tan sólido como lo que más... pero ella se reía de mí y cambiaba de tema sin que mis comentarios le afectaran en lo más mínimo.
Al siguiente año, fui parte de su equipo, y ganamos con un centro comercial que tenía baños de lujo. Uno de los jueces nos contrató a todo el equipo incluso antes de graduarnos. Es nuestro jefe actual... es un poco patético que nunca haya cambiado de trabajo, ¿verdad? La verdad es que nunca he tenido la necesidad de irme... Victoria ha estado siempre aquí, impulsándome a ser mejor, a amar y perfeccionar mi trabajo.
Siempre hemos estado juntos, estar juntos es parte de nuestra vida, ¿lo ves, verdad? No es algo de lo que me guste vanagloriarme, pero hemos estado juntos a través de sus relaciones fallidas con otros hombres, hemos estado juntos a través de mi extraña y diversa vida semi-amorosa... a lo largo de los caprichos de ambos, juntos siempre, cimentando la idea de que así sería. No había razón para pensar en un futuro que fuera diferente al de ambos juntos.
No quiero que te enojes con Victoria. La verdad es que ella jamás se ha enterado directamente de ninguna de mis aventuras... dudo que siquiera sospechara que tú y yo teníamos algo. Está en contra de cornear y eso... incluso los ratos en que "pasó el tiempo" conmigo, siempre estaba sola. No sabe hacer las cosas mal... soy yo el maldito puto... por eso no quería que nadie en la oficina se enterara de que estábamos juntos. Podrían haberle contado a Victoria y en ese momento ella me habría mandado a volar por lo sano. Jamás se atrevería a hacerte nada. De hecho le agradas mucho... siempre habla bien de ti... todo el mundo siempre habla bien de ti... soy yo el cabrón que hace todo mal pensando que está bien ser así, que me puedo justificar. ¿A que quieres mentarme la madre después de lo que te conté? ¿Verdad que sí?
La verdad es que todo el tiempo estuve pensando en mí. Incluso cuando llené tu casa de flores después de acostarme con Victoria y decirte que estaba trabajando en un proyecto. Incluso cuando te hice el amor como un loco después de irme un fin de semana con ella. Incluso cuando me ensañaba contigo los días que ella no me quería aceptar entre sus sábanas, cambiándome por el trabajo. Incluso todas las malditas veces que te diste cuenta mientras yo pensaba que me salía con la mía, y te denigraba pensando lo estúpida que eras...
Soy un cabrón malnacido, ¿verdad?
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Cuando te convertiste en espuma,
Historia original
jueves, 31 de marzo de 2016
Cuando te convertiste en espuma
No dejaste ni una sola cosa tuya en mi apartamento cuando te fuiste.
En el tiempo en que estuvimos juntos habías ido dejando cosas por todo el apartamento: un par de prendas en mi habitación, refractarios en la cocina, tu cepillo de dientes en el baño... yo fingía que me molestaba cuando los veía, pero secretamente me gustaban y me aterraban. Eran muestras de que te estabas volviendo parte de mi vida... había momentos en que tenía ganas de agarrarlo todo, meterlo en una bolsa y tirarlo a la mierda... y luego, había ratos en que quería ir a tu casa y traerme todas tus cosas para que te mudaras de una vez.
Supongo que debí haber notado que te llevabas las cosas esa última semana. A lo mejor te las llevaste todas la misma noche y por eso no me di cuenta... pero la verdad es que eran tan pocas, que igual no lo noté porque no todo el tiempo les ponía atención.
Supongo que no cuenta como disculpa, pero sabías que estaba estresado: llevaba meses tratando de conseguir ese proyecto y por fin me lo habían dado. Sabías que tenía que irme. A veces siento que aprovechaste la situación para abandonarme sin que pudiera hacer nada, sin que me diera cuenta a tiempo. ¿Tanto miedo tenías de que te detuviera? A lo mejor, si me hubiera dado cuenta, no te habrías podido escapar, habrías tenido que enfrentarme y no habrías tenido el valor para marcharte.
No recuerdo qué hicimos ese día. Me iba al siguiente día en la tarde, así que preparé todo, con tu ayuda... creo que tú preparaste casi todo mientras yo te hablaba emocionado del proyecto.
Una vez me dijiste que una de las cosas que te gustaban de mí era la pasión con la que te hablaba de mi trabajo. Me dijiste que te emocionaba oírme hablar de lo que me gustaba. Así que cuando no te emocionaste al escucharme, me enojé. Debería haberme preocupado, pero en lugar de sospechar, me irrité porque pensé que le quitabas importancia a mis cosas. Debes comprender que me habías acostumbrado a tu atención, a sentirme importante, y esa noche no sentí que me apoyaras... nos peleamos, aunque no recuerdo que hayas dicho nada.
Me calmaste, me hiciste olvidar el estrés y usaste las palabras exactas para engrandecer mi ego. Me hiciste el amor como nunca...
Me dijiste que me ibas a extrañar, y como un estúpido, pensé que te referías a los dos meses que pasaría fuera, en el proyecto... pensé en decirte que te llamaría, pensé en decirte alguna cosa cursi que sonara romántica o algo, pero no se me ocurrió nada. En lugar de eso, te dije que te veías patética, que no armaras escándalos por un par de meses. Me di la vuelta y me quedé dormido sin preocuparme. Estaba seguro de que estarías ahí al día siguiente. Estaba seguro de que estarías esperándome al finalizar el proyecto... ¿cómo se me iba a ocurrir que no estarías siempre si yo sabía que eras mía?
Ni siquiera noté cuando te levantaste... ni me di cuenta cuando te fuiste.
Me enojé un poco cuando desperté y no estabas. Salí de la habitación y Julio estaba ahí, ¿sabes? Bebiendo café en la mesa mientras miraba el desayuno que habías preparado. Te llamé y no contestaste, te busqué en el baño y no estabas. Le pregunté a Julio si habías ido a la tienda. Él no me contestó, pero yo asumí, y se lo dije, que estarías comprando los ingredientes para hacer esas galletas que me gustaban. Dije algo sobre que al menos tenías la decencia de hacer eso y seguí hablando hasta que Julio me pidió que desayunara. Por un momento me sentí incómodo... se me ocurrió esperarte, pero luego pensé que era tu culpa por no haber esperado a que yo me levantara a desayunar. Tenía hambre, así que comí contento... estaba frío, pero no me quejé... no te lo imaginas, ¿verdad? A veces sólo me quejaba para molestarte, no porque me enojaran las cosas.
Me gusta tu comida, incluso si está fría. Aquella mañana comí con gusto. Terminé de empacar, moví las maletas a la entrada... llamé al taxi y me senté a ver televisión. Pero no llegaste.
Te llamé un par de veces. No quería que notaras que empezaba a preocuparme... pero tu teléfono estaba apagado. Pensé que habías olvidado cargarlo, como siempre, le comenté a Julio lo tonta que eras, tratando de que no se me notara la ansiedad en la voz. Sabía que algo no estaba bien, pero no quería admitirlo, disimulé todo lo que pude... te llamé un par de veces más... seguía apagado... volví a burlarme de ti, le quité importancia... pero terminé explotando... después de esperarte toda la mañana, comencé a preguntarle a Julio si le habías dicho algo, ¿a dónde fuiste? ¿Por qué no habías vuelto? No quería decirlo en voz alta, pero me daba miedo que te hubiera pasado algo... ¿que tonto, verdad? Yo preocupado por ti y tú dejándome como la mierda...
No sentí nada cuando Julio me dio la carta diciéndome que le habías pedido que no me la diera hasta que volviera del viaje del proyecto.
La furia me golpea a veces cuando pienso en ello. Le pediste a Julio que guardara la puta carta por dos meses, hasta que regresara, ¿qué chingados pensaste? ¿Que no me iba a dar cuenta de que te habías ido? ¡Chingada madre! ¿Pensaste que no te iba a llamar o qué demonios? ¿Creíste que no iba a venir los fines de semana? ¿Que no me iba a dar cuenta de que había pinches extraños viviendo en tu casa? ¿Por qué madres pensaste que la puta carta podía esperar dos putos meses para darme tus pinches explicaciones de mierda?
Lo que más me encabrona es que tenías razones para pensarlo.
¿Sabes qué hice después de leer tu puta carta? Me reí. Luego me enojé... o al revés, la verdad es que ya ni me acuerdo. Cuando me encontré con Kevin en el aeropuerto, no le dije una mierda. De todas maneras el puto de Kevin ni sabía que había algo entre nosotros... pensaba, como tú, que nada más me acostaba contigo para pasar el pinche rato. ¿Qué jodido, verdad? Ya había decidido que me valía madres lo que dijeras. Estaba seguro de que volverías a pedirme perdón, que me suplicarías por volver a mi cama. No había decidido si te iba a perdonar, sin embargo.
Seguí pensando que todo estaba bien, incluso cuando te llamaba al teléfono para escuchar la puta voz de la operadora diciendo que el pinche número no existía. Te maldije un par de veces por no contestarme... me maldije cada vez por haberte prohibido que grabaras mi número... a lo mejor se te había perdido el pinche teléfono, a lo mejor se te había descompuesto, a lo mejor no tenías cómo contactarme y por eso no me llamabas... yo te había prohibido que me llamaras pero nunca te dije que no me pasaras tu pinche número nuevo si algo le pasaba al otro...
No le quería preguntar a Julio, pero empecé a llamarlo porque era la única conexión que tenía con la oficina... pero nunca me salía la manera de preguntar por ti... a veces él me cortaba, a veces era sólo que yo no me atrevía a tocar el tema.
Fue Kevin quien me lo dijo, ¿sabes? Me hizo sentir como un estúpido. Lo dijo sin más... que habías renunciado el viernes antes de que nos fuéramos de viaje para el proyecto... quién sabe que pinche cara habré puesto, que terminó burlándose de mí, diciendo que pensaba que sólo me acostaba contigo por pasar el tiempo, pero que era una mamada que ni supiera que habías renunciado, que al menos ya tenía tiempo para enfocarme en otras... ni se dio cuenta de que vomité del coraje, de que golpeé la almohada en la noche, de que me emborraché y te llamé al puto número inexistente, de todas las pendejadas que hice cuando me di cuenta de que en verdad te habías ido.
Lo que me jode es que yo también lo pensé, de alguna manera, que lo nuestro era sólo para pasar el rato, que te podía dejar sin mirar atrás, sin sentir remordimiento cuando te pidiera que te convirtieses en espuma... qué pendejo, ¿verdad?
En el tiempo en que estuvimos juntos habías ido dejando cosas por todo el apartamento: un par de prendas en mi habitación, refractarios en la cocina, tu cepillo de dientes en el baño... yo fingía que me molestaba cuando los veía, pero secretamente me gustaban y me aterraban. Eran muestras de que te estabas volviendo parte de mi vida... había momentos en que tenía ganas de agarrarlo todo, meterlo en una bolsa y tirarlo a la mierda... y luego, había ratos en que quería ir a tu casa y traerme todas tus cosas para que te mudaras de una vez.
Supongo que debí haber notado que te llevabas las cosas esa última semana. A lo mejor te las llevaste todas la misma noche y por eso no me di cuenta... pero la verdad es que eran tan pocas, que igual no lo noté porque no todo el tiempo les ponía atención.
Supongo que no cuenta como disculpa, pero sabías que estaba estresado: llevaba meses tratando de conseguir ese proyecto y por fin me lo habían dado. Sabías que tenía que irme. A veces siento que aprovechaste la situación para abandonarme sin que pudiera hacer nada, sin que me diera cuenta a tiempo. ¿Tanto miedo tenías de que te detuviera? A lo mejor, si me hubiera dado cuenta, no te habrías podido escapar, habrías tenido que enfrentarme y no habrías tenido el valor para marcharte.
No recuerdo qué hicimos ese día. Me iba al siguiente día en la tarde, así que preparé todo, con tu ayuda... creo que tú preparaste casi todo mientras yo te hablaba emocionado del proyecto.
Una vez me dijiste que una de las cosas que te gustaban de mí era la pasión con la que te hablaba de mi trabajo. Me dijiste que te emocionaba oírme hablar de lo que me gustaba. Así que cuando no te emocionaste al escucharme, me enojé. Debería haberme preocupado, pero en lugar de sospechar, me irrité porque pensé que le quitabas importancia a mis cosas. Debes comprender que me habías acostumbrado a tu atención, a sentirme importante, y esa noche no sentí que me apoyaras... nos peleamos, aunque no recuerdo que hayas dicho nada.
Me calmaste, me hiciste olvidar el estrés y usaste las palabras exactas para engrandecer mi ego. Me hiciste el amor como nunca...
Me dijiste que me ibas a extrañar, y como un estúpido, pensé que te referías a los dos meses que pasaría fuera, en el proyecto... pensé en decirte que te llamaría, pensé en decirte alguna cosa cursi que sonara romántica o algo, pero no se me ocurrió nada. En lugar de eso, te dije que te veías patética, que no armaras escándalos por un par de meses. Me di la vuelta y me quedé dormido sin preocuparme. Estaba seguro de que estarías ahí al día siguiente. Estaba seguro de que estarías esperándome al finalizar el proyecto... ¿cómo se me iba a ocurrir que no estarías siempre si yo sabía que eras mía?
Ni siquiera noté cuando te levantaste... ni me di cuenta cuando te fuiste.
Me enojé un poco cuando desperté y no estabas. Salí de la habitación y Julio estaba ahí, ¿sabes? Bebiendo café en la mesa mientras miraba el desayuno que habías preparado. Te llamé y no contestaste, te busqué en el baño y no estabas. Le pregunté a Julio si habías ido a la tienda. Él no me contestó, pero yo asumí, y se lo dije, que estarías comprando los ingredientes para hacer esas galletas que me gustaban. Dije algo sobre que al menos tenías la decencia de hacer eso y seguí hablando hasta que Julio me pidió que desayunara. Por un momento me sentí incómodo... se me ocurrió esperarte, pero luego pensé que era tu culpa por no haber esperado a que yo me levantara a desayunar. Tenía hambre, así que comí contento... estaba frío, pero no me quejé... no te lo imaginas, ¿verdad? A veces sólo me quejaba para molestarte, no porque me enojaran las cosas.
Me gusta tu comida, incluso si está fría. Aquella mañana comí con gusto. Terminé de empacar, moví las maletas a la entrada... llamé al taxi y me senté a ver televisión. Pero no llegaste.
Te llamé un par de veces. No quería que notaras que empezaba a preocuparme... pero tu teléfono estaba apagado. Pensé que habías olvidado cargarlo, como siempre, le comenté a Julio lo tonta que eras, tratando de que no se me notara la ansiedad en la voz. Sabía que algo no estaba bien, pero no quería admitirlo, disimulé todo lo que pude... te llamé un par de veces más... seguía apagado... volví a burlarme de ti, le quité importancia... pero terminé explotando... después de esperarte toda la mañana, comencé a preguntarle a Julio si le habías dicho algo, ¿a dónde fuiste? ¿Por qué no habías vuelto? No quería decirlo en voz alta, pero me daba miedo que te hubiera pasado algo... ¿que tonto, verdad? Yo preocupado por ti y tú dejándome como la mierda...
No sentí nada cuando Julio me dio la carta diciéndome que le habías pedido que no me la diera hasta que volviera del viaje del proyecto.
La furia me golpea a veces cuando pienso en ello. Le pediste a Julio que guardara la puta carta por dos meses, hasta que regresara, ¿qué chingados pensaste? ¿Que no me iba a dar cuenta de que te habías ido? ¡Chingada madre! ¿Pensaste que no te iba a llamar o qué demonios? ¿Creíste que no iba a venir los fines de semana? ¿Que no me iba a dar cuenta de que había pinches extraños viviendo en tu casa? ¿Por qué madres pensaste que la puta carta podía esperar dos putos meses para darme tus pinches explicaciones de mierda?
Lo que más me encabrona es que tenías razones para pensarlo.
¿Sabes qué hice después de leer tu puta carta? Me reí. Luego me enojé... o al revés, la verdad es que ya ni me acuerdo. Cuando me encontré con Kevin en el aeropuerto, no le dije una mierda. De todas maneras el puto de Kevin ni sabía que había algo entre nosotros... pensaba, como tú, que nada más me acostaba contigo para pasar el pinche rato. ¿Qué jodido, verdad? Ya había decidido que me valía madres lo que dijeras. Estaba seguro de que volverías a pedirme perdón, que me suplicarías por volver a mi cama. No había decidido si te iba a perdonar, sin embargo.
Seguí pensando que todo estaba bien, incluso cuando te llamaba al teléfono para escuchar la puta voz de la operadora diciendo que el pinche número no existía. Te maldije un par de veces por no contestarme... me maldije cada vez por haberte prohibido que grabaras mi número... a lo mejor se te había perdido el pinche teléfono, a lo mejor se te había descompuesto, a lo mejor no tenías cómo contactarme y por eso no me llamabas... yo te había prohibido que me llamaras pero nunca te dije que no me pasaras tu pinche número nuevo si algo le pasaba al otro...
No le quería preguntar a Julio, pero empecé a llamarlo porque era la única conexión que tenía con la oficina... pero nunca me salía la manera de preguntar por ti... a veces él me cortaba, a veces era sólo que yo no me atrevía a tocar el tema.
Fue Kevin quien me lo dijo, ¿sabes? Me hizo sentir como un estúpido. Lo dijo sin más... que habías renunciado el viernes antes de que nos fuéramos de viaje para el proyecto... quién sabe que pinche cara habré puesto, que terminó burlándose de mí, diciendo que pensaba que sólo me acostaba contigo por pasar el tiempo, pero que era una mamada que ni supiera que habías renunciado, que al menos ya tenía tiempo para enfocarme en otras... ni se dio cuenta de que vomité del coraje, de que golpeé la almohada en la noche, de que me emborraché y te llamé al puto número inexistente, de todas las pendejadas que hice cuando me di cuenta de que en verdad te habías ido.
Lo que me jode es que yo también lo pensé, de alguna manera, que lo nuestro era sólo para pasar el rato, que te podía dejar sin mirar atrás, sin sentir remordimiento cuando te pidiera que te convirtieses en espuma... qué pendejo, ¿verdad?
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Cuando te convertiste en espuma,
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domingo, 27 de marzo de 2016
Cuando te convertiste en espuma
Mosquito. Me carcajeé cuando supe que tus padres te llamaban así. Creo que te dije que te quedaba perfecto porque eras igual de fea que una mosca. Tú hiciste una mueca, sonreíste y concordaste conmigo. Sabía que no te considerabas bonita, pero no me importó burlarme de ello y utilizar el mote de tus papás para satirizarte más.
Ni siquiera me digné a preguntarte por qué te llaman así. Si tus papás tienen buena vista, seguro que se habrán dado cuenta de que eres preciosa, de la misma manera que me di cuenta yo: viéndote sonreír. La verdad es que no se me ocurrió preguntarte, me limité a reírme, hacer chistes sobre el dengue o zicca y luego comencé a llamarte mosca cada vez que mencionabas a tu familia: “¿Extraña la mosca fea a sus papás?”. Tú te reías de mis gracias y afirmabas orgullosa. No te avergonzaba admitir que eras la princesa de mamá y papá.
Me lo he preguntado hoy. ¿Por qué tus padres, adorándote como te adoran, te llamaban mosquito? Me entró la duda porque escuché una canción infantil sobre un mosquito que daba besos de corazón. El locutor dijo que estaba basado en un mito o algo así… a lo mejor tus papás te contaban esa historia antes de ir a dormir. A lo mejor cantabas la canción a todo pulmón… a lo mejor hay una historia divertida o tierna detrás del apodo… a lo mejor ya no es tiempo para preguntarte por ello, ¿verdad?
Me gustó pensar que el apodo es porque eres buena besando. Al principio no tenías experiencia en nada, pero siempre fuiste buena besando… me cagaba pensar que alguien te había enseñado a besar con pasión… pero a lo mejor simplemente eras natural para ello. Eso tampoco te lo pregunté. Creo que me hubiera dado algo si me hubieras contado sobre tu primer beso o sobre el idiota que te enseñó a besar.
Yo no soy como el pendejo de la canción al que le importaría una madre tu pasado con tal de que en el presente estuvieras con él… yo me enojaba cada vez que me acordaba que no habías aprendido a besar conmigo. Me tenía que morder un testículo para que no te enteraras de que estaba celoso en secreto.
La primera vez que me besaste en serio, sin vergüenza, sin alcohol, me sorprendí. Quién iba a decir que con esa boca chiquita de labios extraños ibas a poder besar con tanta pasión. Ni te has de acordar porque me besaste enojada. Nunca te acuerdas de lo que haces cuando estás enojada.
Yo me acuerdo porque me besaste como si no hubiera mañana. En ese momento se me olvidó que estábamos en la oficina… se me olvidó que te había prohibido que la gente se enterara de que había algo entre nosotros. Tu beso me encendió y te hubiera hecho el amor en ese instante si al separarte de mí no me hubieras visto con esa mirada de reproche.
Tenías los ojos llenos de lágrimas y se me olvidó que quería metértela. “¿Tanta vergüenza te doy?”, me preguntaste algo por el estilo. No supe qué responderte. Sí, me daba vergüenza que supieran que teníamos algo… o a lo mejor sólo tenía miedo de que si alguien se enteraba de que me estaba aprovechando de ti, irían a contarte todas las canalladas que había hecho antes y entonces se te hubiera olvidado que te hacía reír, o que te gustaba lo que te hacía en la cama… porque entonces me hubieras dejado como pendejo… y yo ya te había advertido que el que terminaba las cosas era yo, que el que mandaba era yo…
Pero en ese momento te valió madres. Me besaste, me desarmaste y no supe qué decir. Te quedaste mirándome y comencé a enojarme. Seguro te dije algo sarcástico, pero me dejaste con la palabra en la boca. Me diste la espalda y te fuiste caminando, luego te detuviste a unos metros, me miraste, esperaste, sacudiste la cabeza y te fuiste. A lo mejor esperabas que te llamara, que te detuviera, que fuera romántico, te pidiera perdón o te besara. Pero yo no soy así, ya lo sabes, ¿verdad?
Me dejaste de hablar. Yo me enojé más y decidí no llamarte, no mandarte mensajes, ignorarte de la misma manera en que tú me ignorabas en la oficina. Estaba seguro de que no aguantarías demasiado, pero la cosa se extendió a días y en el fondo comencé a asustarme un poco de que la ley del hielo se volviera permanente.
Sentí alivio de que nuestra ciudad fuera tan propensa a las lluvias y de que tú aún no hubieras comprado un carro. De que aceptaras que te llevara después de recriminarte que fueras tan infantil y de echarte en cara que te enfermarías y le dejarías el trabajo tirado a tus compañeros solo por ser orgullosa y caprichosa. Al final te fuiste conmigo sin saber que Carmen la amargada quería llevarte, y yo me le adelanté por muy poco… si te hubieras negado un minuto más, habrías regresado con ella y no conmigo. Pero tuve suerte. Te convencí, te llevé y con palabras, chantajes y sátiras, logré meterme en tu cama de nuevo, pero ahora con los besos apasionados, con un poco menos de vergüenza y pudor de tu parte.
El coraje se te fue bajando mientras trataba de imitar la manera en que me habías besado. Te reíste en mi boca y me preguntaste si me había gustado. No te respondí directamente, sabes que no soy así. Me limité a señalar que no eras tan mojigata como pensaba. Me aseguré de que entendieras que no debían saber nada de nosotros en la oficina… que habías sido una imprudente… te eché la culpa de todo. ¿Sabes que ni siquiera me acuerdo de por qué te habías molestado? Has de pensar que soy un cabrón. A lo mejor lo soy.
Esa noche me quedé en tu casa. Sabía que no estaba bien, pero me quedé porque comencé a pensar en quien te había enseñado a besar. No quise admitirlo ni siquiera en mis adentros, pero me sentí celoso y quise quedarme como una protesta sorda para él, para demostrarle que yo había conseguido algo que él no, para dejar en claro que era yo quien te tenía.
Yo te tenía. Era a mí a quien besabas… tú eras mi mosca fea.
Me encabrona que me hayas vuelto tan patético como para que una puta canción de mosquitos me haga extrañarte más. Supongo que ahora iré a mi casa a buscar canciones de mosquitos y mitos sobre el dengue y todas las enfermedades que contagian. A lo mejor así te odio más de lo que te extraño… a lo mejor así te recuerdo más y tengo buenos sueños contigo… a lo mejor me vuelvo lo suficientemente patético como para pensar como tú y entender por qué chingados te fuiste… a lo mejor me distraigo de ti… a lo mejor no puedo caer más bajo, ¿verdad?
Ni siquiera me digné a preguntarte por qué te llaman así. Si tus papás tienen buena vista, seguro que se habrán dado cuenta de que eres preciosa, de la misma manera que me di cuenta yo: viéndote sonreír. La verdad es que no se me ocurrió preguntarte, me limité a reírme, hacer chistes sobre el dengue o zicca y luego comencé a llamarte mosca cada vez que mencionabas a tu familia: “¿Extraña la mosca fea a sus papás?”. Tú te reías de mis gracias y afirmabas orgullosa. No te avergonzaba admitir que eras la princesa de mamá y papá.
Me lo he preguntado hoy. ¿Por qué tus padres, adorándote como te adoran, te llamaban mosquito? Me entró la duda porque escuché una canción infantil sobre un mosquito que daba besos de corazón. El locutor dijo que estaba basado en un mito o algo así… a lo mejor tus papás te contaban esa historia antes de ir a dormir. A lo mejor cantabas la canción a todo pulmón… a lo mejor hay una historia divertida o tierna detrás del apodo… a lo mejor ya no es tiempo para preguntarte por ello, ¿verdad?
Me gustó pensar que el apodo es porque eres buena besando. Al principio no tenías experiencia en nada, pero siempre fuiste buena besando… me cagaba pensar que alguien te había enseñado a besar con pasión… pero a lo mejor simplemente eras natural para ello. Eso tampoco te lo pregunté. Creo que me hubiera dado algo si me hubieras contado sobre tu primer beso o sobre el idiota que te enseñó a besar.
Yo no soy como el pendejo de la canción al que le importaría una madre tu pasado con tal de que en el presente estuvieras con él… yo me enojaba cada vez que me acordaba que no habías aprendido a besar conmigo. Me tenía que morder un testículo para que no te enteraras de que estaba celoso en secreto.
La primera vez que me besaste en serio, sin vergüenza, sin alcohol, me sorprendí. Quién iba a decir que con esa boca chiquita de labios extraños ibas a poder besar con tanta pasión. Ni te has de acordar porque me besaste enojada. Nunca te acuerdas de lo que haces cuando estás enojada.
Yo me acuerdo porque me besaste como si no hubiera mañana. En ese momento se me olvidó que estábamos en la oficina… se me olvidó que te había prohibido que la gente se enterara de que había algo entre nosotros. Tu beso me encendió y te hubiera hecho el amor en ese instante si al separarte de mí no me hubieras visto con esa mirada de reproche.
Tenías los ojos llenos de lágrimas y se me olvidó que quería metértela. “¿Tanta vergüenza te doy?”, me preguntaste algo por el estilo. No supe qué responderte. Sí, me daba vergüenza que supieran que teníamos algo… o a lo mejor sólo tenía miedo de que si alguien se enteraba de que me estaba aprovechando de ti, irían a contarte todas las canalladas que había hecho antes y entonces se te hubiera olvidado que te hacía reír, o que te gustaba lo que te hacía en la cama… porque entonces me hubieras dejado como pendejo… y yo ya te había advertido que el que terminaba las cosas era yo, que el que mandaba era yo…
Pero en ese momento te valió madres. Me besaste, me desarmaste y no supe qué decir. Te quedaste mirándome y comencé a enojarme. Seguro te dije algo sarcástico, pero me dejaste con la palabra en la boca. Me diste la espalda y te fuiste caminando, luego te detuviste a unos metros, me miraste, esperaste, sacudiste la cabeza y te fuiste. A lo mejor esperabas que te llamara, que te detuviera, que fuera romántico, te pidiera perdón o te besara. Pero yo no soy así, ya lo sabes, ¿verdad?
Me dejaste de hablar. Yo me enojé más y decidí no llamarte, no mandarte mensajes, ignorarte de la misma manera en que tú me ignorabas en la oficina. Estaba seguro de que no aguantarías demasiado, pero la cosa se extendió a días y en el fondo comencé a asustarme un poco de que la ley del hielo se volviera permanente.
Sentí alivio de que nuestra ciudad fuera tan propensa a las lluvias y de que tú aún no hubieras comprado un carro. De que aceptaras que te llevara después de recriminarte que fueras tan infantil y de echarte en cara que te enfermarías y le dejarías el trabajo tirado a tus compañeros solo por ser orgullosa y caprichosa. Al final te fuiste conmigo sin saber que Carmen la amargada quería llevarte, y yo me le adelanté por muy poco… si te hubieras negado un minuto más, habrías regresado con ella y no conmigo. Pero tuve suerte. Te convencí, te llevé y con palabras, chantajes y sátiras, logré meterme en tu cama de nuevo, pero ahora con los besos apasionados, con un poco menos de vergüenza y pudor de tu parte.
El coraje se te fue bajando mientras trataba de imitar la manera en que me habías besado. Te reíste en mi boca y me preguntaste si me había gustado. No te respondí directamente, sabes que no soy así. Me limité a señalar que no eras tan mojigata como pensaba. Me aseguré de que entendieras que no debían saber nada de nosotros en la oficina… que habías sido una imprudente… te eché la culpa de todo. ¿Sabes que ni siquiera me acuerdo de por qué te habías molestado? Has de pensar que soy un cabrón. A lo mejor lo soy.
Esa noche me quedé en tu casa. Sabía que no estaba bien, pero me quedé porque comencé a pensar en quien te había enseñado a besar. No quise admitirlo ni siquiera en mis adentros, pero me sentí celoso y quise quedarme como una protesta sorda para él, para demostrarle que yo había conseguido algo que él no, para dejar en claro que era yo quien te tenía.
Yo te tenía. Era a mí a quien besabas… tú eras mi mosca fea.
Me encabrona que me hayas vuelto tan patético como para que una puta canción de mosquitos me haga extrañarte más. Supongo que ahora iré a mi casa a buscar canciones de mosquitos y mitos sobre el dengue y todas las enfermedades que contagian. A lo mejor así te odio más de lo que te extraño… a lo mejor así te recuerdo más y tengo buenos sueños contigo… a lo mejor me vuelvo lo suficientemente patético como para pensar como tú y entender por qué chingados te fuiste… a lo mejor me distraigo de ti… a lo mejor no puedo caer más bajo, ¿verdad?
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Cuando te convertiste en espuma,
Historia original
sábado, 26 de marzo de 2016
Cuando te convertiste en espuma
Hoy comí en el café en el que te conocí.
Llevaba meses evitándolo. Me daba miedo ir ahí solo. Resulta que mis miedos tenían una buena razón.
Nunca te lo dije, ¿verdad? La mayor parte de la gente no se acuerda de cuando conocen a las personas. Yo no me acuerdo de cómo conocí a casi ninguna de las personas con las que convivo... pero me acuerdo de cuando te conocí a ti. Es gracioso, pero está todo grabado en mi memoria, como si fuera uno de esos recuerdos que tu subconsciente selecciona como imprescindibles.
Esa noche había soñado contigo... o a lo mejor no... a lo mejor sólo tuve un sueño con una mujer de sonrisas tontas y luego le puse tu rostro, asegurándome de que ese día fuera especial. ¿Quién sabe? A lo mejor ni había soñado nada y mi memoria armó el pinche sueño para hacerte más especial.
En el sueño, real o ficticio, estabas tú, sonriendo como cuando te vi sentada en el café. Platicabas con una de las recepcionistas. Era tu primer día en la oficina y ya te habías hecho amiga de esa ogresa de Carmen... a lo mejor te habías hecho su amiga porque no sabías lo cabrona que es. Es una pinche vieja amargada a la que no le cae bien nadie y a la que todo el mundo desprecia por presumida y cabrona, pero ahí estabas tú, con tu sonrisa de mensa, sacándole plática y haciéndola sonreír. Yo nunca había visto sonreír a la pasa arrugada de Carmen... pero tú la hiciste reír como si nada. Le agradaste nada más llegar, seguro por tu cara de niña tonta y tu voz demasiado aguda, demasiado dulce, así como le agradas a casi todo el mundo.
Me encabrona eso de ti, ¿verdad que no lo sabías? Vas por ahí siendo amable con todo el mundo, como si se lo merecieran, y eres buena con todos, y nunca te quieres reír de los videos graciosos donde la gente se cae... me encantan esos videos, me reía más de tu cara de espanto cuando te los mostraba que de lo gracioso del puto video... ¿quién no se ríe de alguien dándose en la madre? La misma persona que se puede hacer amiga hasta de la pasa amargada de Carmen... sólo tú.
El punto es que nunca te lo dije. Ese día iba a ir a comer con Kevin a un restaurante que acababan de abrir en no sé dónde... ya ni me acuerdo del pinche nombre del lugar. De lo que me acuerdo es de que tuve que invitarle el almuerzo a Kevin para convencerlo de que llegáramos al pinche café de mierda.
Llevabas puesta una blusa de manta bordada. Me burlé de ti, pero a Kevin le pareció bonita. Era una blusa típica, dijo, anticuada pero era interesante ver a alguien vestido con huipil en pleno siglo veintiuno. Me dijo que eras nueva en la oficina, que trabajabas en el departamento de publicidad... que te había conocido en la mañana, que parecías agradable... ni te imaginas lo amargado que me sentí en ese momento.
Le dije que no debías ser tan agradable si eras capaz de hablar con la amargada de Carmen... pero Kevin me ignoró. No quiso acercarse a saludar y yo no quise sugerirlo porque no me apetecía verle la cara a la ogresa y porque no quería que se me notara que me interesabas. Esa pinche blusa no dejaba ver nada de tu figura. A lo mejor por eso me gustaste... porque me imaginé que debajo debías de ser un mango o algo así.
La verdad es que me sentí un poco aliviado de que Kevin sanjara el asunto, porque significaba que le valías una madre. Pero también me sentí un poco encabronado, porque ni tu nombre me dijo el pendejo.
Me acuerdo que el cabrón me sonrió sarcástico y me advirtió que ni se me ocurriera tratar de "estrenarme a la nuevita". Me dijo que olías a virgen de sacrificio. Me acuerdo que me reí y le seguí el juego. Seguro que a nadie se le ocurriría quitarte lo virgen con esa ropa de india recién bajada de la sierra que llevabas como si fuera lo mejor. Has de pensar que soy un bruto inculto, ¿verdad? A ti que tanto te gustan esas cosas... seguro que si hubieras sabido de qué nos estábamos riendo ese día, nunca me habrías hablado, ¿verdad que no? O a lo mejor sí, porque eres tan tonta y tan rara que a todo el mundo perdonas como si nada. A lo mejor me hubieras sonreído desafiante como cuando te decía que no me gustaban tus cosas... a lo mejor me hubieras sonreído con tristeza como cada vez que te molestaba en los últimos días en que estuvimos juntos.
Ustedes se fueron primero, y me dio un poco de coraje que le sonrieras y saludaras a Kevin como si nada... ni te diste cuenta de que nos reíamos de ti a tus espaldas. Pero Carmen te agarró del brazo y te sacó casi a rastras del café. Pinche vieja bruja... seguro que te dijo puro veneno sobre mí, ¿verdad? Pero tú ni le has de haber creído... porque tú siempre vas y piensas lo mejor de todo el mundo, eres tan tonta que te basta con que te sonrían una vez para pensar que la gente es buena... a lo mejor ahora te arrepientes de no haberle creído a la amargada de Carmen, ¿verdad? A lo mejor creerle te hubiera evitado un montón de lágrimas.
Nunca te lo dije, pero ese día que te vi por primera vez, me obsesioné un poquito contigo... me gustaste y quería pasar el rato acostándome contigo. Ni te has de impresionar a esas alturas, porque ya debes de saber lo cabrón y malnacido que soy. Seguro que ya dejaste de justificarme por todas las mamadas que te hacía, ¿verdad? A lo mejor ya hasta te olvidaste de ese día en que nos conocimos.
Me quedé un buen rato esperando a que salieras de la oficina. Fuiste de las últimas y me molestó un poco tener que esperarte. De todas maneras ni te diste cuenta ¿verdad? Fingí que iba saliendo yo también cuando decidiste dejar el despacho. Te habías amarrado el cabello en un feo molote y te habías puesto un abrigo guango que no combinaba para nada con lo que llevabas puesto... ¿quién en su sano juicio te había contratado para publicidad? Se notaba a leguas que no tenías buen gusto. Llevabas poco maquillaje y el delineador estaba medio corrido. En lugar de bolsa, llevabas un morral tejido de colores brillantes y pulseras hechas de semillas pintadas. Ibas cargada de papeles. Te veías ridícula y por un instante pensé que te haría un favor arrancándote esa ropa de indigente que llevabas puesta; sería como mi obra benéfica de la semana.
Te sonrojaste nada más verme. No lo hubieras hecho, porque en ese instante me sentí tan importante, como si fuera un pavo real perfecto deslumbrando a un pequeño e insignificante polluelo. Te ofrecí ayuda con los papeles y te negaste diciendo que podías tú sola. Después de conocerte, me empezó a encabronar que nunca aceptaras mi ayuda para cargar las cosas, pero en ese momento me sentí aliviado porque no quería cargar tus pendejadas de trabajo, pero tú has de haber pensado que era de esos tipos idiotas que respetan la fortaleza femenina o alguna tarugada de esas. Te gustaba verme con ojos románticos, pero al final yo lo jodí todo, ¿verdad que sí? Ese pedestal en el que me tenías, lo golpeé con todas mis fuerzas hasta que se cayó en pedazos.
Te saqué plática en el camino pero tú apenas y me miraste, sonrojada, apenada. Supe que te había gustado nada más con esas reacciones de colegiala tonta que me diste. Me sentí grande, superior a ti... me gustó que fueras tan tonta, porque pensé que sería más fácil llevarte a la cama y olvidarme de ti a la mañana siguiente.
No tenías auto y me ofrecí a llevarte, tú pensaste que estaba siendo amable, yo te estaba calculando... pero eres tan tonta que no te diste cuenta de que quería pasar a tener sexo contigo. Me pareció gracioso y te dejé ir intacta, seguro de que te tenía sobre el plato, lista para joderte cuando se me antojara, en tu propia casa, para no tener que pagar motel y no tener que llevarte a mi apartamento compartido. No planeaba gastarme un cinco en ti.
De regreso a mi casa, sonreí satisfecho, con la sensación de triunfo impregnando mi pecho.
Nunca te lo dije, pero esa noche volví a soñar contigo, con tu sonrisa y tus pulseras de semillas tintineantes, con tu rostro mirándome desde un lado de mi cama, sobre mi almohada favorita, en mis brazos. ¿Verdad que nunca te lo dije?
Llevaba meses evitándolo. Me daba miedo ir ahí solo. Resulta que mis miedos tenían una buena razón.
Nunca te lo dije, ¿verdad? La mayor parte de la gente no se acuerda de cuando conocen a las personas. Yo no me acuerdo de cómo conocí a casi ninguna de las personas con las que convivo... pero me acuerdo de cuando te conocí a ti. Es gracioso, pero está todo grabado en mi memoria, como si fuera uno de esos recuerdos que tu subconsciente selecciona como imprescindibles.
Esa noche había soñado contigo... o a lo mejor no... a lo mejor sólo tuve un sueño con una mujer de sonrisas tontas y luego le puse tu rostro, asegurándome de que ese día fuera especial. ¿Quién sabe? A lo mejor ni había soñado nada y mi memoria armó el pinche sueño para hacerte más especial.
En el sueño, real o ficticio, estabas tú, sonriendo como cuando te vi sentada en el café. Platicabas con una de las recepcionistas. Era tu primer día en la oficina y ya te habías hecho amiga de esa ogresa de Carmen... a lo mejor te habías hecho su amiga porque no sabías lo cabrona que es. Es una pinche vieja amargada a la que no le cae bien nadie y a la que todo el mundo desprecia por presumida y cabrona, pero ahí estabas tú, con tu sonrisa de mensa, sacándole plática y haciéndola sonreír. Yo nunca había visto sonreír a la pasa arrugada de Carmen... pero tú la hiciste reír como si nada. Le agradaste nada más llegar, seguro por tu cara de niña tonta y tu voz demasiado aguda, demasiado dulce, así como le agradas a casi todo el mundo.
Me encabrona eso de ti, ¿verdad que no lo sabías? Vas por ahí siendo amable con todo el mundo, como si se lo merecieran, y eres buena con todos, y nunca te quieres reír de los videos graciosos donde la gente se cae... me encantan esos videos, me reía más de tu cara de espanto cuando te los mostraba que de lo gracioso del puto video... ¿quién no se ríe de alguien dándose en la madre? La misma persona que se puede hacer amiga hasta de la pasa amargada de Carmen... sólo tú.
El punto es que nunca te lo dije. Ese día iba a ir a comer con Kevin a un restaurante que acababan de abrir en no sé dónde... ya ni me acuerdo del pinche nombre del lugar. De lo que me acuerdo es de que tuve que invitarle el almuerzo a Kevin para convencerlo de que llegáramos al pinche café de mierda.
Llevabas puesta una blusa de manta bordada. Me burlé de ti, pero a Kevin le pareció bonita. Era una blusa típica, dijo, anticuada pero era interesante ver a alguien vestido con huipil en pleno siglo veintiuno. Me dijo que eras nueva en la oficina, que trabajabas en el departamento de publicidad... que te había conocido en la mañana, que parecías agradable... ni te imaginas lo amargado que me sentí en ese momento.
Le dije que no debías ser tan agradable si eras capaz de hablar con la amargada de Carmen... pero Kevin me ignoró. No quiso acercarse a saludar y yo no quise sugerirlo porque no me apetecía verle la cara a la ogresa y porque no quería que se me notara que me interesabas. Esa pinche blusa no dejaba ver nada de tu figura. A lo mejor por eso me gustaste... porque me imaginé que debajo debías de ser un mango o algo así.
La verdad es que me sentí un poco aliviado de que Kevin sanjara el asunto, porque significaba que le valías una madre. Pero también me sentí un poco encabronado, porque ni tu nombre me dijo el pendejo.
Me acuerdo que el cabrón me sonrió sarcástico y me advirtió que ni se me ocurriera tratar de "estrenarme a la nuevita". Me dijo que olías a virgen de sacrificio. Me acuerdo que me reí y le seguí el juego. Seguro que a nadie se le ocurriría quitarte lo virgen con esa ropa de india recién bajada de la sierra que llevabas como si fuera lo mejor. Has de pensar que soy un bruto inculto, ¿verdad? A ti que tanto te gustan esas cosas... seguro que si hubieras sabido de qué nos estábamos riendo ese día, nunca me habrías hablado, ¿verdad que no? O a lo mejor sí, porque eres tan tonta y tan rara que a todo el mundo perdonas como si nada. A lo mejor me hubieras sonreído desafiante como cuando te decía que no me gustaban tus cosas... a lo mejor me hubieras sonreído con tristeza como cada vez que te molestaba en los últimos días en que estuvimos juntos.
Ustedes se fueron primero, y me dio un poco de coraje que le sonrieras y saludaras a Kevin como si nada... ni te diste cuenta de que nos reíamos de ti a tus espaldas. Pero Carmen te agarró del brazo y te sacó casi a rastras del café. Pinche vieja bruja... seguro que te dijo puro veneno sobre mí, ¿verdad? Pero tú ni le has de haber creído... porque tú siempre vas y piensas lo mejor de todo el mundo, eres tan tonta que te basta con que te sonrían una vez para pensar que la gente es buena... a lo mejor ahora te arrepientes de no haberle creído a la amargada de Carmen, ¿verdad? A lo mejor creerle te hubiera evitado un montón de lágrimas.
Nunca te lo dije, pero ese día que te vi por primera vez, me obsesioné un poquito contigo... me gustaste y quería pasar el rato acostándome contigo. Ni te has de impresionar a esas alturas, porque ya debes de saber lo cabrón y malnacido que soy. Seguro que ya dejaste de justificarme por todas las mamadas que te hacía, ¿verdad? A lo mejor ya hasta te olvidaste de ese día en que nos conocimos.
Me quedé un buen rato esperando a que salieras de la oficina. Fuiste de las últimas y me molestó un poco tener que esperarte. De todas maneras ni te diste cuenta ¿verdad? Fingí que iba saliendo yo también cuando decidiste dejar el despacho. Te habías amarrado el cabello en un feo molote y te habías puesto un abrigo guango que no combinaba para nada con lo que llevabas puesto... ¿quién en su sano juicio te había contratado para publicidad? Se notaba a leguas que no tenías buen gusto. Llevabas poco maquillaje y el delineador estaba medio corrido. En lugar de bolsa, llevabas un morral tejido de colores brillantes y pulseras hechas de semillas pintadas. Ibas cargada de papeles. Te veías ridícula y por un instante pensé que te haría un favor arrancándote esa ropa de indigente que llevabas puesta; sería como mi obra benéfica de la semana.
Te sonrojaste nada más verme. No lo hubieras hecho, porque en ese instante me sentí tan importante, como si fuera un pavo real perfecto deslumbrando a un pequeño e insignificante polluelo. Te ofrecí ayuda con los papeles y te negaste diciendo que podías tú sola. Después de conocerte, me empezó a encabronar que nunca aceptaras mi ayuda para cargar las cosas, pero en ese momento me sentí aliviado porque no quería cargar tus pendejadas de trabajo, pero tú has de haber pensado que era de esos tipos idiotas que respetan la fortaleza femenina o alguna tarugada de esas. Te gustaba verme con ojos románticos, pero al final yo lo jodí todo, ¿verdad que sí? Ese pedestal en el que me tenías, lo golpeé con todas mis fuerzas hasta que se cayó en pedazos.
Te saqué plática en el camino pero tú apenas y me miraste, sonrojada, apenada. Supe que te había gustado nada más con esas reacciones de colegiala tonta que me diste. Me sentí grande, superior a ti... me gustó que fueras tan tonta, porque pensé que sería más fácil llevarte a la cama y olvidarme de ti a la mañana siguiente.
No tenías auto y me ofrecí a llevarte, tú pensaste que estaba siendo amable, yo te estaba calculando... pero eres tan tonta que no te diste cuenta de que quería pasar a tener sexo contigo. Me pareció gracioso y te dejé ir intacta, seguro de que te tenía sobre el plato, lista para joderte cuando se me antojara, en tu propia casa, para no tener que pagar motel y no tener que llevarte a mi apartamento compartido. No planeaba gastarme un cinco en ti.
De regreso a mi casa, sonreí satisfecho, con la sensación de triunfo impregnando mi pecho.
Nunca te lo dije, pero esa noche volví a soñar contigo, con tu sonrisa y tus pulseras de semillas tintineantes, con tu rostro mirándome desde un lado de mi cama, sobre mi almohada favorita, en mis brazos. ¿Verdad que nunca te lo dije?
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Cuando te convertiste en espuma,
Historia original
viernes, 25 de marzo de 2016
Cuando te convertiste en espuma
Hoy te compré un celular con el mismo número que tenías antes de dejarme.
Cuando lo compraste pensé que estabas loca. Me molestó que te emocionara tanto poder elegir tu número. Elegiste un número tonto... ¿qué de especial podría tener ese número? Te dije un montón de comentarios sarcásticos y me burlé de ti, enojado porque fueras tan banal. "Es una fecha que me gusta", me dijiste, y sonreíste como si no te hubiese afectado nada de lo que dije.
La verdad no recuerdo qué tanto te dije... pero seguro que te hirió, ¿verdad? No me dirigiste la palabra en todo el viaje de vuelta. Recuerdo que me divirtió un poco tu reacción. Me burlé más diciéndote que eras una niña por molestarte... pero no me disculpé... no recuerdo haberlo hecho. No lo hice, ¿verdad que no? Claro que no... porque nunca te pedía perdón por nada... porque siempre me decías que estaba bien... con tus sonrisas, con tu tono despreocupado, con tu actitud de "aquí no pasa nada".
Intercambiaste números con Julio, mi compañero de cuarto, y él sí supo porqué era importante. se emocionó de la misma manera que tú cuando declaró, haciéndome ver como un tonto, que el número era tu fecha de cumpleaños.
Tu fecha de cumpleaños.
Llevábamos más de siete meses juntos, habían pasado casi cinco meses desde tu cumpleaños y yo, por supuesto, no sabía la fecha. ¿Habíamos estado juntos en tu cumpleaños? ¿Por qué no me habías dicho que era tu cumpleaños? ¿Habías preferido estar con alguien más y por eso no me lo habías dicho? ¿Lo habías pasado con alguien que te agradaba más? ¿Te había dado algo bueno, aunque fuera sin darme cuenta? ¿Te había hecho algún comentario de los míos, de esos que te lastimaban? ¡¿Por qué demonios no me habías dicho que era tu puto cumpleaños?!
Estaba enojado. Lo notaste y fingiste que tenías que regresar a tu casa. No te querías quedar a dormir porque sabías que estaba molesto. Pero no te dejé ir, no podía permitir que te fueras, me encabronaba todo, pero me encabronaba más saber que huirías sin hacerte responsable de la vergüenza que me habías hecho pasar con mi compañero de cuarto. ¿Cómo es que él sabía tu fecha de cumpleaños y yo no?
Debí hacer muchos comentarios sarcásticos antes de acostarnos... te veías triste. No recuerdo qué te dije, sólo recuerdo la tristeza en tus ojos antes de acostarte, sola, en mi cama.
Creo que bebí... ya ni me acuerdo. Cuando fui a acostarme, estabas ahí, hecha un ovillo en un rincón de la cama, con el ceño fruncido. se me pasó el coraje solo de verte dormir. Babeas cuando duermes, ¿lo sabías? Varias veces te lo quise echar en cara, burlarme de ti... pero me lo quedé, porque era algo que solo yo sabía. Nadie te había visto dormir, nadie más que yo... eso me gustaba. Me fascinaba ser el único que sabía que babeas, el único que ha escuchado el sonido profundo de tu respiración cuando estás bien dormida... sigo siendo el único, ¿verdad? ¿Verdad que no has dejado que nadie más lo sepa? De verdad necesito saber que es así, que esa sigue siendo mi carta de triunfo...
Toda la noche me obsesioné pensando en u cumpleaños. Al final me convencí de que lo habías pasado conmigo, y me sentí un poco culpable de no haberte dado nada como regalo. Antes de quedarme dormido concluí que lo resolvería comprándote algo al día siguiente... habían pasado casi cinco meses, pero mejor tarde que nunca, ¿verdad?
Al día siguiente salí temprano del trabajo para ir a comprar el regalo perfecto. Lo encontré en una bolsa. Era cara, refinada, femenina, estaba de moda... en una palabra, era Perfecta.
Por eso me molesté tanto cuando me preguntaste si era para Victoria... me lo preguntaste nada más ver la estúpida bolsa... ni siquiera me diste tiempo para decirte que era para ti... ¿por qué chingados le iba a comprar una estúpida bolsa a Victoria en esa pinche fecha de mierda? Pero no te lo dije. Me enojé mucho porque no supiste que era para ti, pero la verdad es que nunca te dije que lo era. No mencioné que era tu regalo atrasado, ni que pensaba que era perfecta porque combinaba con el color de tus ojos. En lugar de eso te dije que sí, que era para Victoria... porque Victoria y yo trabajábamos juntos, porque ella y yo habíamos tenido una relación intensa antes de que te conociera, porque tú lo sabías todo, porque quería que te sintieras celosa.
Esa noche no te quedaste y yo sentí algo así como un triunfo hasta que Julio me dijo que era un cabrón y se fue a dormir sin dar sus "buenas noches" sosas de todo el tiempo. Pero yo no quería admitir que estaba mal, así que empujé la culpa a algún lugar en el que no me molestara y me fui a dormir.
Supe que la bolsa le iría perfecta a Victoria en cuanto la vi entrar a la oficina. Me sentí bien al dársela, me gustó su expresión cuando la vio, todo iba perfecto hasta que Julio me miró con reproche mientras le comentaba a Victoria que esa bolsa era "tan ella". Victoria se carcajeó y apuntó que era increíble que yo siguiera sabiendo exactamente cuál era su estilo.
La bolsa era perfecta para Victoria.
Tú lo sabías, ¿verdad? Pues claro que sí, porque tú siempre sabes ese tipo de cosas... la viste y sabías que era perfecta en el estilo de Victoria, que yo la había elegido como un reflejo de la costumbre... no fue hasta ese momento que me di cuenta de que tú nunca usarías algo así... no era tu estilo... no se parecía en nada a ti.
Esa tare pasaste por la oficina y Victoria de la mostró... pensé que estarías furiosa, celosa, que me recriminarías... pero sonreíste, como siempre: "Carlos y tú se conocen muy bien, como si estuvieran en sincronía ¿a que sí? ¡Qué envidia!", le dijiste a Victoria y luego te fuiste rápido.
Tenías los ojos hinchados cuando te vi al salir de la oficina. No quisiste irte conmigo. Dijiste que tenías mucho trabajo, que te quedarías hasta tarde. Pensé que me sentiría satisfecho, porque habías llorado. Estaba seguro que era por lo de la bolsa... pensé que era mi triunfo... ¿sabes qué? Quería quedarme y gritarte y decirte que era tu culpa, pero todas las palabras se me atoraron en la garganta y me fui sin decirte nada, sin disculparme, sin recriminarte, sin querer verte triste. ¿Me creerías si te dijera que me dolió verte triste? Seguramente no. ¿Verdad que no?
No volvimos a mencionar la puta bolsa. Recibí todos tus pinches regalos perfectos, uno tras otro: por conseguir un proyecto, por navidad, por San Valentín, por mi cumpleaños... me diste cosas que me gustaban, cosas que necesitaba, cosas que iban conmigo, que encajaban perfectamente. Yo sentía que cada regalo era una recriminación, señalándome que me conocías bien, que podías darme las cosas perfectas y que yo no tenía ni la más cagada idea de qué darte para hacerte feliz.
Ni te molestaste cuando no te di nada en febrero. Lo tomaste como si el que yo no te diera nada en San Valentín fuera lo más normal del mundo. De verdad no sabía qué regalarte, pasé todo el día anterior devanándome los cesos para pensar en algo que te gustaría, al final no encontré ninguna pinche tienda de cosas típicas abierta. Pero el hecho de que tú no esperaras ningún regalo después de darme la última pieza de una colección que llevaba años tratando de completar, me hizo encabronar más. Fingí que el regalo me era indiferente, igual que había hecho con todos los demás y tú te limitaste a sonreír con tristeza, planeando seguramente el siguiente regalo perfecto que me demostrara lo incapaz que soy de hacerte feliz.
Ese día decidí que te regalaría algo impresionante en tu cumpleaños. Estaba seguro de que seguiríamos juntos para entonces. Quería darte un regalo que fuera mejor que todo lo que tú me habías dado... quería impresionarte... de alguna manera me lo imaginé como una pinche competencia o algo así. Yo quería ganar.
Compré el puto celular porque hoy es tu cumpleaños y yo no tengo nada que darte. Aunque tuviera el regalo perfecto, no tengo manera de dártelo. Lo único que tengo es este estúpido teléfono que no va para nada con tu estilo, al que le puse la fecha de tu cumpleaños como número, después de que tú lo cancelaras en tu otro celular. Pero pensándolo bien, incluso una pendejada como esta te hubiera hecho feliz, ¿verdad?
Cuando lo compraste pensé que estabas loca. Me molestó que te emocionara tanto poder elegir tu número. Elegiste un número tonto... ¿qué de especial podría tener ese número? Te dije un montón de comentarios sarcásticos y me burlé de ti, enojado porque fueras tan banal. "Es una fecha que me gusta", me dijiste, y sonreíste como si no te hubiese afectado nada de lo que dije.
La verdad no recuerdo qué tanto te dije... pero seguro que te hirió, ¿verdad? No me dirigiste la palabra en todo el viaje de vuelta. Recuerdo que me divirtió un poco tu reacción. Me burlé más diciéndote que eras una niña por molestarte... pero no me disculpé... no recuerdo haberlo hecho. No lo hice, ¿verdad que no? Claro que no... porque nunca te pedía perdón por nada... porque siempre me decías que estaba bien... con tus sonrisas, con tu tono despreocupado, con tu actitud de "aquí no pasa nada".
Intercambiaste números con Julio, mi compañero de cuarto, y él sí supo porqué era importante. se emocionó de la misma manera que tú cuando declaró, haciéndome ver como un tonto, que el número era tu fecha de cumpleaños.
Tu fecha de cumpleaños.
Llevábamos más de siete meses juntos, habían pasado casi cinco meses desde tu cumpleaños y yo, por supuesto, no sabía la fecha. ¿Habíamos estado juntos en tu cumpleaños? ¿Por qué no me habías dicho que era tu cumpleaños? ¿Habías preferido estar con alguien más y por eso no me lo habías dicho? ¿Lo habías pasado con alguien que te agradaba más? ¿Te había dado algo bueno, aunque fuera sin darme cuenta? ¿Te había hecho algún comentario de los míos, de esos que te lastimaban? ¡¿Por qué demonios no me habías dicho que era tu puto cumpleaños?!
Estaba enojado. Lo notaste y fingiste que tenías que regresar a tu casa. No te querías quedar a dormir porque sabías que estaba molesto. Pero no te dejé ir, no podía permitir que te fueras, me encabronaba todo, pero me encabronaba más saber que huirías sin hacerte responsable de la vergüenza que me habías hecho pasar con mi compañero de cuarto. ¿Cómo es que él sabía tu fecha de cumpleaños y yo no?
Debí hacer muchos comentarios sarcásticos antes de acostarnos... te veías triste. No recuerdo qué te dije, sólo recuerdo la tristeza en tus ojos antes de acostarte, sola, en mi cama.
Creo que bebí... ya ni me acuerdo. Cuando fui a acostarme, estabas ahí, hecha un ovillo en un rincón de la cama, con el ceño fruncido. se me pasó el coraje solo de verte dormir. Babeas cuando duermes, ¿lo sabías? Varias veces te lo quise echar en cara, burlarme de ti... pero me lo quedé, porque era algo que solo yo sabía. Nadie te había visto dormir, nadie más que yo... eso me gustaba. Me fascinaba ser el único que sabía que babeas, el único que ha escuchado el sonido profundo de tu respiración cuando estás bien dormida... sigo siendo el único, ¿verdad? ¿Verdad que no has dejado que nadie más lo sepa? De verdad necesito saber que es así, que esa sigue siendo mi carta de triunfo...
Toda la noche me obsesioné pensando en u cumpleaños. Al final me convencí de que lo habías pasado conmigo, y me sentí un poco culpable de no haberte dado nada como regalo. Antes de quedarme dormido concluí que lo resolvería comprándote algo al día siguiente... habían pasado casi cinco meses, pero mejor tarde que nunca, ¿verdad?
Al día siguiente salí temprano del trabajo para ir a comprar el regalo perfecto. Lo encontré en una bolsa. Era cara, refinada, femenina, estaba de moda... en una palabra, era Perfecta.
Por eso me molesté tanto cuando me preguntaste si era para Victoria... me lo preguntaste nada más ver la estúpida bolsa... ni siquiera me diste tiempo para decirte que era para ti... ¿por qué chingados le iba a comprar una estúpida bolsa a Victoria en esa pinche fecha de mierda? Pero no te lo dije. Me enojé mucho porque no supiste que era para ti, pero la verdad es que nunca te dije que lo era. No mencioné que era tu regalo atrasado, ni que pensaba que era perfecta porque combinaba con el color de tus ojos. En lugar de eso te dije que sí, que era para Victoria... porque Victoria y yo trabajábamos juntos, porque ella y yo habíamos tenido una relación intensa antes de que te conociera, porque tú lo sabías todo, porque quería que te sintieras celosa.
Esa noche no te quedaste y yo sentí algo así como un triunfo hasta que Julio me dijo que era un cabrón y se fue a dormir sin dar sus "buenas noches" sosas de todo el tiempo. Pero yo no quería admitir que estaba mal, así que empujé la culpa a algún lugar en el que no me molestara y me fui a dormir.
Supe que la bolsa le iría perfecta a Victoria en cuanto la vi entrar a la oficina. Me sentí bien al dársela, me gustó su expresión cuando la vio, todo iba perfecto hasta que Julio me miró con reproche mientras le comentaba a Victoria que esa bolsa era "tan ella". Victoria se carcajeó y apuntó que era increíble que yo siguiera sabiendo exactamente cuál era su estilo.
La bolsa era perfecta para Victoria.
Tú lo sabías, ¿verdad? Pues claro que sí, porque tú siempre sabes ese tipo de cosas... la viste y sabías que era perfecta en el estilo de Victoria, que yo la había elegido como un reflejo de la costumbre... no fue hasta ese momento que me di cuenta de que tú nunca usarías algo así... no era tu estilo... no se parecía en nada a ti.
Esa tare pasaste por la oficina y Victoria de la mostró... pensé que estarías furiosa, celosa, que me recriminarías... pero sonreíste, como siempre: "Carlos y tú se conocen muy bien, como si estuvieran en sincronía ¿a que sí? ¡Qué envidia!", le dijiste a Victoria y luego te fuiste rápido.
Tenías los ojos hinchados cuando te vi al salir de la oficina. No quisiste irte conmigo. Dijiste que tenías mucho trabajo, que te quedarías hasta tarde. Pensé que me sentiría satisfecho, porque habías llorado. Estaba seguro que era por lo de la bolsa... pensé que era mi triunfo... ¿sabes qué? Quería quedarme y gritarte y decirte que era tu culpa, pero todas las palabras se me atoraron en la garganta y me fui sin decirte nada, sin disculparme, sin recriminarte, sin querer verte triste. ¿Me creerías si te dijera que me dolió verte triste? Seguramente no. ¿Verdad que no?
No volvimos a mencionar la puta bolsa. Recibí todos tus pinches regalos perfectos, uno tras otro: por conseguir un proyecto, por navidad, por San Valentín, por mi cumpleaños... me diste cosas que me gustaban, cosas que necesitaba, cosas que iban conmigo, que encajaban perfectamente. Yo sentía que cada regalo era una recriminación, señalándome que me conocías bien, que podías darme las cosas perfectas y que yo no tenía ni la más cagada idea de qué darte para hacerte feliz.
Ni te molestaste cuando no te di nada en febrero. Lo tomaste como si el que yo no te diera nada en San Valentín fuera lo más normal del mundo. De verdad no sabía qué regalarte, pasé todo el día anterior devanándome los cesos para pensar en algo que te gustaría, al final no encontré ninguna pinche tienda de cosas típicas abierta. Pero el hecho de que tú no esperaras ningún regalo después de darme la última pieza de una colección que llevaba años tratando de completar, me hizo encabronar más. Fingí que el regalo me era indiferente, igual que había hecho con todos los demás y tú te limitaste a sonreír con tristeza, planeando seguramente el siguiente regalo perfecto que me demostrara lo incapaz que soy de hacerte feliz.
Ese día decidí que te regalaría algo impresionante en tu cumpleaños. Estaba seguro de que seguiríamos juntos para entonces. Quería darte un regalo que fuera mejor que todo lo que tú me habías dado... quería impresionarte... de alguna manera me lo imaginé como una pinche competencia o algo así. Yo quería ganar.
Compré el puto celular porque hoy es tu cumpleaños y yo no tengo nada que darte. Aunque tuviera el regalo perfecto, no tengo manera de dártelo. Lo único que tengo es este estúpido teléfono que no va para nada con tu estilo, al que le puse la fecha de tu cumpleaños como número, después de que tú lo cancelaras en tu otro celular. Pero pensándolo bien, incluso una pendejada como esta te hubiera hecho feliz, ¿verdad?
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jueves, 20 de agosto de 2015
Aún
Anoche robé el conejo de la luna para intercambiarlo por una llave que abriera las puertas de piedra a la biblioteca del Submundo. Ahí encontré libros que hablaban de seres que devoran las entrañas de los adultos y usan sus pieles como disfraces, que invierten los cuerpos de los niños y que hacen morir soles con sus llantos. Al regresar he traído conmigo el sonido de una vida a la mitad y el reflejo del sol en el cabello de mi madre cuando inclinaba la cabeza para besar mi frente. Aunque quisiera, esta noche no podría volver, pero tampoco podría marcharme. Aún estoy atrapada entre el sueño y la vida y la muerte y no hay nada que pueda hacer para remediarlo.
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jueves, 13 de agosto de 2015
Stay 20 de mar. de 2015
Me enamoré de él a los quince.
No fue rápido ni a primera vista... no fue el mágico toque del Cupido químico de la vida.
Fue algo lento, algo incómodo...
Me gustaban sus ojos... negros como la noche.
Me gustaba su risa como cascada... y su voz que aún recuerdo en mis sueños...
Me gustaba su espalda ancha y la manera en que se veía al caminar...
Me gustaba incluso la manera en que se veía al alejarse de mí...
Lo amé y lo odié como sólo sucede cuando tienes quince.
Lo amo y lo odio, como el recuerdo nostálgico de saber que no pasará de nuevo y que él nunca me amó a mí.
Lo amé y a veces me gustaría pensar que, allá donde esté, de alguna u otra manera, al menos se acuerda de mí.
No fue rápido ni a primera vista... no fue el mágico toque del Cupido químico de la vida.
Fue algo lento, algo incómodo...
Me gustaban sus ojos... negros como la noche.
Me gustaba su risa como cascada... y su voz que aún recuerdo en mis sueños...
Me gustaba su espalda ancha y la manera en que se veía al caminar...
Me gustaba incluso la manera en que se veía al alejarse de mí...
Lo amé y lo odié como sólo sucede cuando tienes quince.
Lo amo y lo odio, como el recuerdo nostálgico de saber que no pasará de nuevo y que él nunca me amó a mí.
Lo amé y a veces me gustaría pensar que, allá donde esté, de alguna u otra manera, al menos se acuerda de mí.
jueves, 18 de junio de 2015
Lo sé, lo siento.
-Crees que soy rara- me dijo. No era una pregunta: era una afirmación que buscaba respuesta.
Sabía que debía decir "No", sabía que debía decir cosas melosas, cariñosas... debía complacerla y asegurarme de que sintiera que no había nada mal con ella...
Sabía que tenía que decir "No".
Pero no lo hice.
En lugar de eso, asentí, contrariado por la pregunta, tomado con la guardia baja y desvié la mirada con nerviosismo.
-Ya- me respondió ella con un tono que no supe identificar-. Yo también.
Sabía que debía decir "No", sabía que debía decir cosas melosas, cariñosas... debía complacerla y asegurarme de que sintiera que no había nada mal con ella...
Sabía que tenía que decir "No".
Pero no lo hice.
En lugar de eso, asentí, contrariado por la pregunta, tomado con la guardia baja y desvié la mirada con nerviosismo.
-Ya- me respondió ella con un tono que no supe identificar-. Yo también.
sábado, 17 de enero de 2015
Lost & Found
La miré de soslayo. Era la nieta del jefe del consorcio. La piel color canela y el cabello crespo y alborotado con colgantes de plumas que parecían desvelar su naturaleza de nido desastroso. Pensé en dar la media vuelta y evitarla, pero una idea fugaz me detuvo: si le hablaba, si hacía uso de mis más encantadoras sonrisas, quizás la chica le hablara bien de mí a su abuelo.
-¡Hola!- sonreí al darme cuenta de que había captado su atención. Me sorprendí un poco al ver sus ojos neutros entrecerrándose... probablemente no me recordaba-. Eres Danna, ¿cierto? La nieta del señor Alcántara... soy William Murphy, nos conocimos ayer en la cena de aniversario y- ella comenzó a caminar sin mirarme-... ¡hey! Espera tú... - estuve a punto de gritarle lo maleducada que se estaba comportando, pero me detuve.
Me miró con una expresión que no supe identificar.
-Si estás perdid...
-Tus ojos- dijo con una voz grave, casi en un suspiro, interrumpiéndome.
Pensé que se estaba comportando muy grosera. Pues claro, siendo nieta de alguien tan poderoso, de alguien de quien nuestra empresa dependía para salir de los problemas económicos en que nos hallábamos... me serené y le mostré mi sonrisa más dulce.
-¿Perdón?
Ella me miró un rato, como sopesando si debía contestarme o no. De cerca parecía aún más joven de lo que era... ¿quince? Recordaba cómo mi padre había comentado algo sobre su próxima fiesta de cumpleaños o algo así... mientras trataba de recordar, ella rompió el silencio con una voz monótona.
-Mi abuelo tenía este caballo pura sangre: Era totalmente negro, un semental fuerte y muy veloz. Se miraba particularmente hermoso cuando corría a todo galope- ella se detuvo un instante y me miró fijamente, con una expresión que no supe identificar-. Un día, el semental desapareció: mi abuelo dijo que probablemente había saltado la verja, loco por libertad... se perdió en el desierto y lo buscamos durante días. Cuando por fin lo encontramos, el caballo estaba deshidratado, flaco y moribundo... apenas respiraba cuando lo llevamos a casa... el veterinario dijo que no había remedio: lo había mordido una serpiente y era cuestión de días antes de que el veneno terminara por matarlo, pero su agonía sería larga... lo más humano era darle un tiro y terminar con su sufrimiento.
Ella se quedó en silencio lo que me pareció una eternidad y luego me miró fijamente a los ojos.
-Recuerdo haber visto los ojos del caballo: parecían vacíos, como si la vida se les hubiera escapado hace mucho tiempo... había algo como... - dudó y movió la cabeza sin dejar de mirarme-... algo como resignación... abatimiento... Cuando mi abuelo levantó el arma para dispararle, apenas se removió... como si la muerte fuera lo único que estuviera esperando... su dulce descanso...
La miré sin entender mientras una sofocante sensación subía por desde mi estómago encogido hasta mis pulmones, mi garganta... llenándome la boca de un sabor amargo.
-Tus ojos- repitió, sorprendiéndome de pronto, con el mismo tono en el que me lo había dicho antes; grave, bajo, lastimero-. Tus ojos me recuerdan a los del caballo: sin vida.
Frunció apenas el ceño y luego suspiró bajando la mirada y rompiendo la incómoda conexión a la que me había sometido
-Creo que mi abuelo también lo ha visto... Lo lamento mucho- me dijo sin volver a mirarme, dio media vuelta y se marchó sin mirar atrás ni una sola vez. Sin mirarme de nuevo.
No sé cuánto tiempo estuve ahí parado antes de que el mareo me recordara que no había estado respirando bien. Los pulmones me ardían mientras regresaba a mi oficina.
-¡Hola!- sonreí al darme cuenta de que había captado su atención. Me sorprendí un poco al ver sus ojos neutros entrecerrándose... probablemente no me recordaba-. Eres Danna, ¿cierto? La nieta del señor Alcántara... soy William Murphy, nos conocimos ayer en la cena de aniversario y- ella comenzó a caminar sin mirarme-... ¡hey! Espera tú... - estuve a punto de gritarle lo maleducada que se estaba comportando, pero me detuve.
Me miró con una expresión que no supe identificar.
-Si estás perdid...
-Tus ojos- dijo con una voz grave, casi en un suspiro, interrumpiéndome.
Pensé que se estaba comportando muy grosera. Pues claro, siendo nieta de alguien tan poderoso, de alguien de quien nuestra empresa dependía para salir de los problemas económicos en que nos hallábamos... me serené y le mostré mi sonrisa más dulce.
-¿Perdón?
Ella me miró un rato, como sopesando si debía contestarme o no. De cerca parecía aún más joven de lo que era... ¿quince? Recordaba cómo mi padre había comentado algo sobre su próxima fiesta de cumpleaños o algo así... mientras trataba de recordar, ella rompió el silencio con una voz monótona.
-Mi abuelo tenía este caballo pura sangre: Era totalmente negro, un semental fuerte y muy veloz. Se miraba particularmente hermoso cuando corría a todo galope- ella se detuvo un instante y me miró fijamente, con una expresión que no supe identificar-. Un día, el semental desapareció: mi abuelo dijo que probablemente había saltado la verja, loco por libertad... se perdió en el desierto y lo buscamos durante días. Cuando por fin lo encontramos, el caballo estaba deshidratado, flaco y moribundo... apenas respiraba cuando lo llevamos a casa... el veterinario dijo que no había remedio: lo había mordido una serpiente y era cuestión de días antes de que el veneno terminara por matarlo, pero su agonía sería larga... lo más humano era darle un tiro y terminar con su sufrimiento.
Ella se quedó en silencio lo que me pareció una eternidad y luego me miró fijamente a los ojos.
-Recuerdo haber visto los ojos del caballo: parecían vacíos, como si la vida se les hubiera escapado hace mucho tiempo... había algo como... - dudó y movió la cabeza sin dejar de mirarme-... algo como resignación... abatimiento... Cuando mi abuelo levantó el arma para dispararle, apenas se removió... como si la muerte fuera lo único que estuviera esperando... su dulce descanso...
La miré sin entender mientras una sofocante sensación subía por desde mi estómago encogido hasta mis pulmones, mi garganta... llenándome la boca de un sabor amargo.
-Tus ojos- repitió, sorprendiéndome de pronto, con el mismo tono en el que me lo había dicho antes; grave, bajo, lastimero-. Tus ojos me recuerdan a los del caballo: sin vida.
Frunció apenas el ceño y luego suspiró bajando la mirada y rompiendo la incómoda conexión a la que me había sometido
-Creo que mi abuelo también lo ha visto... Lo lamento mucho- me dijo sin volver a mirarme, dio media vuelta y se marchó sin mirar atrás ni una sola vez. Sin mirarme de nuevo.
No sé cuánto tiempo estuve ahí parado antes de que el mareo me recordara que no había estado respirando bien. Los pulmones me ardían mientras regresaba a mi oficina.
domingo, 20 de abril de 2014
Drabble: "Memoria". 20 palabras/Historia Original
Y por siempre se quedó ahí, pintando estrellas fugaces de colores con azúcar en el cielo diurno de sus pensamientos.
sábado, 19 de abril de 2014
Drabble: "Desamor". 15 palabras/Historia original
Por supuesto que me he comido su corazón.
Matarlo es más dulce que el chocolate.
Drabble: "Apariencias". 100 palabras/Historia original
Los pasillos
eran oscuros y sólo se escuchaba su
respiración agitada y los golpes de sus pisadas al correr por ellos.
Finalmente encontraron
una puerta sin seguro y se encerraron en ella. Él atracó la puerta y se dejó
caer deslizándose de espaldas en la pared.
-No puedo
creer que él sea el asesino… se veía tan pacífico...
-Las
apariencias engañan- contestó él, aún desde el suelo e invitó a su interlocutor
a sentarse a su lado- ¿verdad?
No lo vio
venir de aquella sonrisa tan asustada como la suya, pero la sangre ya brotaba
cuando escuchó la última palabra.
Drabble: "Abismo". 100 palabras/Historia original
Se sentó en
la baranda y miró con fijeza al chico.
-Tenemos que
saltar al vacío- le aseguró.
-Pero yo no
sé volar- le respondió él, muy molesto.
-No dije
volar, dije saltar.
Lo empujó
con fuerzas para que cayera en el barranco, pero en vez de hundirse en las
profundidades oscuras de sus pesadillas, flotó sobre nubes de algodón de
azúcar, nubes de dulces sueños y bonitas promesas.
-¡Estoy
volando!
Y suspiró
sabiendo la verdad.
Se lanzó sin
premuras y sintió caerse en el abismo
negro de fragmentos de espejos rotos. Él estaba hecho de luz, ella, de
tinieblas.
Alina Navarro G.
domingo, 14 de abril de 2013
How long have you know?
-so… how
long have you known? That I can see, I mean…
-Mmm… it’s
been a while, I guess… I’m your best friend, after all, it’s not like you’d be
able to hide it forever.
-Nahir
hasn’t noticed.
-Your
sister is the dumbest person I’ve met… even more, she’d never even dare to
think that you’re hiding something this big from her.
-She’s my
sister and on top of that, she’s the girl you like… and I’m making her suffer…
-…
-You must
hate me…
-… hate
you?
-I should
be protecting her instead of running away from this all.
-… well…
it’s true that you’re a coward.
-You wanna
hit me, don’t you? So I’ll let you… you just have to vent your anger on me. I’m
ready.
-Hahahahaha…
what the hell are you talking about?
-Eh?
-It’s true,
you’re a coward, but you’re my friend. Is not that I’m waiting for you to
protect Nana. Either way it’ll be my responsibility to protect her, since, I’m
the one that likes her, even if you’re her brother.
-But…
-And most
important, is not that I want you to loose everything you’ve gained up until
now. You also want to cherish what you love and I wanna support you on that,
I’m your friend after all, So I want to protect the happiness of both of you
stupid siblings.
-(smile)
You’re a true friend.
-I know
that.
-lol… So we
gotta work together on this, right? To protect and cherish what we love. We
have to become stronger.
-…
-What?
-No… it’s
just that you sounded so cheesy and stupid… have you been watching those awful
TV dramas that are meant for girls?
-W… what?
-You did
watch them.
-No I didn’t!
-You’re an
idiot.
Etiquetas:
Historia original,
Pride Vanity and Accedia
sábado, 13 de abril de 2013
Deseo
Mientras Laura recorría con sus labios rosados el camino que había entre su boca y clavícula, él comenzaba a sentir las palpitaciones más y más potentes, en sus oídos, en su cuerpo, entumiendo su cerebro poco a poco, pero había algo... algo que estaba mal con eso... su cerebro se negaba a apagarse, pero él no lograba recordar qué era esa alarma que sonaba en lo más profundo de sí... era... era algo relacionado con ella, con él... pasó las manos por la tibia espalda femenina, descubierta gracias al bendito escote... relacionado no con él... el escote... ese escote...
-P... ar... a...
El débil susurro parecía irreal: su cerebro trabajaba a marchas forzadas para averiguar si en verdad había salido de su boca o sólo lo había imaginado... estaba mal, todo estaba mal en esa situación.
-Para- repitió y esta vez supo que era su voz; pastosa y casi ininteligible, pero real...
Ella no paró.
Para Tom, supuso algo más que fuerza sobrehumana el separarse de aquellos labios que le iban incendiando la piel y acumulando la sangre hirviente en su miembro.
-No quiero- dijo lentamente y ella le miró con los ojos llenos de vacío, un vacío que como golpe frío al estómago, le devolvió las fuerzas para seguir hablando-. No quiero aprovecharme de ti- y en cuanto la frase terminó de salir de su garganta se dio cuenta de lo ridícula que había sonado viniendo de él, dirigida a aquella criatura que le sonrió burlona con esa cara de ángel caído.
Laura resopló y luego levantó la comisura derecha en una media sonrisa sarcástica que hizo que a Tom se le revolviera el estómago.
-Creo que te has perdido algo de esta situación- dijo con una firmeza y seguridad que le hicieron sentir un apretón en el estómago de por sí revuelto.
Pero no iba a dejar que eso lo desanimara.
-Tú estás herida y yo...
-Yo- le interrumpió ella dejando de sonreír y mirándolo con seriedad- te quiero utilizar para olvidarlo- le cortó con la mirada adusta de quien se dispone a atacar-. Si alguien te pregunta, soy yo la mala de la historia.
De pronto ya no podía sostenerle la mirada: tenía ganas de vomitar, de salir corriendo, pero sus piernas no respondían y el miembro aún le ardía con un calor infernal que le hormigueaba las ingles.
Su mente trataba de forzarse a desvanecer la sensación, a no prestarle atención.
-Estás dolida, no sabes lo que quieres...
-Ah, pero tú sí- lo interrumpió mientras acariciaba su entrepierna y él no pudo evitar resentir el calor agolpado, aún más vibrante- O, ¿Me vas a negar que me deseas?... porque este amiguito parece gritar lo contrario- se burló, haciendo énfasis mientras pronunciaba la analogía de su sexo y él sintió como la boca le salivaba ácidamente, provocándole un desazonante peso en la mandíbula.
-Detente- le dijo mientras apartaba la mano femenina de su entrepierna.
Todo su cuerpo vibraba diciéndole que estaba loco, que la deseaba; quería atraerla hacia sí, atraparla, inmovilizarla bajo su peso, besarla hasta que no hubiera centímetro en aquella piel morena que no estuviera cubierta con su ácida saliva; penetrarla, hacerla suya y no dejarla ir... quería sus agudos gemidos sonando en sus ardidos oídos, sus largas uñas coloreadas con absurdos y llamativos esmaltes enterrándose en su espalda, sus largas piernas aferrándose a sus caderas afiladas, escurriendo sudor de ambrosía mientras la hacía suya.
La quería... No. La necesitaba.
-Tú no eres así- le dijo y en ese momento su cerebro hizo un click. En ese preciso instante, ella no era ni la sombra de la persona de la que él se había enamorado.
-Te necesito- le dijo ella con la voz temblorosa y volvió a tocarlo, marcándolo con fuego vivo ahí donde sus delgados dedos quebradizos y vacilantes iban explorándolo, tratando inútilmente de desabrocharle los botones de la camisa, al compás de sus débiles sollozos, haciéndolo estremecer y hormiguear ahí donde le iba rozando.
Y entonces se detuvo. Dejó de tocarlo y se levantó.
-Que te niegues a mi no cambia nada- dijo después de lo que a él le pareció una eternidad, recuperando la firmeza en de su empalagosa voz, comprobándole una vez más, que ella no era la mujer de la que él se había enamorado-. No importa si no eres tú.
Tomás sintió un pinchazo en el pecho: ella no era la persona de la que él se había enamorado.
-Yo quiero- comenzó ella-... yo NECESITO olvidarlo... borrarlo de todos los rincones de mi cuerpo que aún lo recuerdan, y si no eres tú, cualquiera me basta...
Se dio la media vuelta y comenzó a avanzar lentamente hacia la puerta, y con cada paso que ella daba, él comenzaba a sentir cómo el estómago le caía a los pies.
La sensación de acidez se apoderaba de su boca nuevamente, mientras los dedos le hormigueaban: había apretado los puños sin darse cuenta.
Ella se detuvo frente a la puerta y tomó la perilla sin girarla, sin mirarlo.
-Si no eres tú, sólo me sentiré un poco más puta: esa es la diferencia.
El cuerpo le temblaba: Ella no era la persona...
Ella que no era Laura, giró la perilla...
Ella no era la persona de la que se había enamorado, ella no era Laura, no era SU Laura... Tom estaba seguro de eso... pero... aún así... contra toda lógica y con todas sus neuronas gritándole lo contrario... él la deseaba... la deseaba más que nada en el mundo y no podía siquiera imaginarla en brazos de algún idiota que la acariciaría y la tocaría donde sólo le pertenecía a él.
No se dio cuenta de cómo ni de cuándo se había levantado; le tomó unas cuantas zancadas acortar la distancia hasta atrapar la mano que sostenía la perilla y obligarla a girar el cuerpo entero hacia él.
La miró por un segundo, descubriendo esa expresión perdida cual idiota que no entiende lo que pasa y una furia inmensa que explotó en su estómago, comenzó a expandirse por todo su cuerpo mientras la estrujaba y la besaba desesperado, agresivo, ardiendo...
Con una mano sujetó los dedos de uñas absurdamente coloreadas...temblaban... los guió hasta su pecho mientras desabrochaba la camisa con la otra mano.
La besó frenéticamente, más y más, sintiéndola estremecerse, capturada en su posesivo abrazo y la arrastró al sofá, ese sofá en el que la había visto regodearse fanfarronamente tantas veces, y la arrinconó más, la estrujó, la aplastó con todo su peso mientras le quitaba el vestido con desesperación.
-No me voy a ir- susurró Laura, en su oído, deteniéndolo en el proceso de devorarle el cuello. Se congeló mientras la idea atravesaba su mente: sí, tenía miedo de que ella se fuera, que desapareciera en algún lugar, con algún imbécil que no fuera él.
Le ardía la entrepierna.
Ella comenzó a besarlo de nuevo, con calidez, en cada espacio que pudo alcanzar desde la prisión en que él la tenía cautiva, pero él no cedió, no se movió ni un milímetro.
-Era mentira; no me pienso mover de aquí- dijo mientras liberaba una mano que guió a su espalda ya descubierta y con un dedo le recorrió la columna sin prisas, provocando un leve cosquilleo que con una serie de escalofríos empezó a deshacer su rigidez.
Tom respondió besándole los hombros, tratando de controlarse, mientras el calor se agolpaba en su miembro, exigiéndole explotar sin demora.
Comenzaron a jugar, recorriendo el cuerpo del otro, cediendo, exigiendo más espacio.
Era extraño: siempre había imaginado cómo sería tenerla entre sus brazos, pero ninguna de sus fantasías se comparaba con el placer de comprobar lo bien que aquel cuerpo femenino se amoldaba a él, como si fueran piezas de rompecabezas prefabricadas, besándose, encajando perfectamente el uno en el otro. Ella se había vuelto suya, toda suya, tan suya que podía sentir como se iban fundiendo en las sombras, volviéndose una sola piel.
-Eres lo único bueno que me queda en la vida- le dijo ella mientras besaba su cabello, y el contacto de su aliento en su cráneo le erizó los bellos del cuello-. Y por eso te odio- aseguró encajándole las uñas en la espalda.
El dolor se expandió como telaraña, pero no le importó.
-Te odio tanto que necesito verte sufrir.
Laura buscó su oreja y comenzó a morderla; siempre había odiado que se acercaran a sus oídos, le daba ñáñaras sentir que se los tocaban... pero no ella, ella no le molestaba... dejó escapar algo parecido a un gemido y se preguntó si en realidad había salido de él. Sonrojándose, agradeció que estuvieran a oscuras y que ella no pudiera verle el rostro encendido.
-Te odio- repitió ella- porque te necesito más y más... quiero verte sufrir y llorar y rogar... quiero ver mi dolor reflejado en ti.
El débil susurro parecía irreal: su cerebro trabajaba a marchas forzadas para averiguar si en verdad había salido de su boca o sólo lo había imaginado... estaba mal, todo estaba mal en esa situación.
-Para- repitió y esta vez supo que era su voz; pastosa y casi ininteligible, pero real...
Ella no paró.
Para Tom, supuso algo más que fuerza sobrehumana el separarse de aquellos labios que le iban incendiando la piel y acumulando la sangre hirviente en su miembro.
-No quiero- dijo lentamente y ella le miró con los ojos llenos de vacío, un vacío que como golpe frío al estómago, le devolvió las fuerzas para seguir hablando-. No quiero aprovecharme de ti- y en cuanto la frase terminó de salir de su garganta se dio cuenta de lo ridícula que había sonado viniendo de él, dirigida a aquella criatura que le sonrió burlona con esa cara de ángel caído.
Laura resopló y luego levantó la comisura derecha en una media sonrisa sarcástica que hizo que a Tom se le revolviera el estómago.
-Creo que te has perdido algo de esta situación- dijo con una firmeza y seguridad que le hicieron sentir un apretón en el estómago de por sí revuelto.
Pero no iba a dejar que eso lo desanimara.
-Tú estás herida y yo...
-Yo- le interrumpió ella dejando de sonreír y mirándolo con seriedad- te quiero utilizar para olvidarlo- le cortó con la mirada adusta de quien se dispone a atacar-. Si alguien te pregunta, soy yo la mala de la historia.
De pronto ya no podía sostenerle la mirada: tenía ganas de vomitar, de salir corriendo, pero sus piernas no respondían y el miembro aún le ardía con un calor infernal que le hormigueaba las ingles.
Su mente trataba de forzarse a desvanecer la sensación, a no prestarle atención.
-Estás dolida, no sabes lo que quieres...
-Ah, pero tú sí- lo interrumpió mientras acariciaba su entrepierna y él no pudo evitar resentir el calor agolpado, aún más vibrante- O, ¿Me vas a negar que me deseas?... porque este amiguito parece gritar lo contrario- se burló, haciendo énfasis mientras pronunciaba la analogía de su sexo y él sintió como la boca le salivaba ácidamente, provocándole un desazonante peso en la mandíbula.
-Detente- le dijo mientras apartaba la mano femenina de su entrepierna.
Todo su cuerpo vibraba diciéndole que estaba loco, que la deseaba; quería atraerla hacia sí, atraparla, inmovilizarla bajo su peso, besarla hasta que no hubiera centímetro en aquella piel morena que no estuviera cubierta con su ácida saliva; penetrarla, hacerla suya y no dejarla ir... quería sus agudos gemidos sonando en sus ardidos oídos, sus largas uñas coloreadas con absurdos y llamativos esmaltes enterrándose en su espalda, sus largas piernas aferrándose a sus caderas afiladas, escurriendo sudor de ambrosía mientras la hacía suya.
La quería... No. La necesitaba.
-Tú no eres así- le dijo y en ese momento su cerebro hizo un click. En ese preciso instante, ella no era ni la sombra de la persona de la que él se había enamorado.
-Te necesito- le dijo ella con la voz temblorosa y volvió a tocarlo, marcándolo con fuego vivo ahí donde sus delgados dedos quebradizos y vacilantes iban explorándolo, tratando inútilmente de desabrocharle los botones de la camisa, al compás de sus débiles sollozos, haciéndolo estremecer y hormiguear ahí donde le iba rozando.
Y entonces se detuvo. Dejó de tocarlo y se levantó.
-Que te niegues a mi no cambia nada- dijo después de lo que a él le pareció una eternidad, recuperando la firmeza en de su empalagosa voz, comprobándole una vez más, que ella no era la mujer de la que él se había enamorado-. No importa si no eres tú.
Tomás sintió un pinchazo en el pecho: ella no era la persona de la que él se había enamorado.
-Yo quiero- comenzó ella-... yo NECESITO olvidarlo... borrarlo de todos los rincones de mi cuerpo que aún lo recuerdan, y si no eres tú, cualquiera me basta...
Se dio la media vuelta y comenzó a avanzar lentamente hacia la puerta, y con cada paso que ella daba, él comenzaba a sentir cómo el estómago le caía a los pies.
La sensación de acidez se apoderaba de su boca nuevamente, mientras los dedos le hormigueaban: había apretado los puños sin darse cuenta.
Ella se detuvo frente a la puerta y tomó la perilla sin girarla, sin mirarlo.
-Si no eres tú, sólo me sentiré un poco más puta: esa es la diferencia.
El cuerpo le temblaba: Ella no era la persona...
Ella que no era Laura, giró la perilla...
Ella no era la persona de la que se había enamorado, ella no era Laura, no era SU Laura... Tom estaba seguro de eso... pero... aún así... contra toda lógica y con todas sus neuronas gritándole lo contrario... él la deseaba... la deseaba más que nada en el mundo y no podía siquiera imaginarla en brazos de algún idiota que la acariciaría y la tocaría donde sólo le pertenecía a él.
No se dio cuenta de cómo ni de cuándo se había levantado; le tomó unas cuantas zancadas acortar la distancia hasta atrapar la mano que sostenía la perilla y obligarla a girar el cuerpo entero hacia él.
La miró por un segundo, descubriendo esa expresión perdida cual idiota que no entiende lo que pasa y una furia inmensa que explotó en su estómago, comenzó a expandirse por todo su cuerpo mientras la estrujaba y la besaba desesperado, agresivo, ardiendo...
Con una mano sujetó los dedos de uñas absurdamente coloreadas...temblaban... los guió hasta su pecho mientras desabrochaba la camisa con la otra mano.
La besó frenéticamente, más y más, sintiéndola estremecerse, capturada en su posesivo abrazo y la arrastró al sofá, ese sofá en el que la había visto regodearse fanfarronamente tantas veces, y la arrinconó más, la estrujó, la aplastó con todo su peso mientras le quitaba el vestido con desesperación.
-No me voy a ir- susurró Laura, en su oído, deteniéndolo en el proceso de devorarle el cuello. Se congeló mientras la idea atravesaba su mente: sí, tenía miedo de que ella se fuera, que desapareciera en algún lugar, con algún imbécil que no fuera él.
Le ardía la entrepierna.
Ella comenzó a besarlo de nuevo, con calidez, en cada espacio que pudo alcanzar desde la prisión en que él la tenía cautiva, pero él no cedió, no se movió ni un milímetro.
-Era mentira; no me pienso mover de aquí- dijo mientras liberaba una mano que guió a su espalda ya descubierta y con un dedo le recorrió la columna sin prisas, provocando un leve cosquilleo que con una serie de escalofríos empezó a deshacer su rigidez.
Tom respondió besándole los hombros, tratando de controlarse, mientras el calor se agolpaba en su miembro, exigiéndole explotar sin demora.
Comenzaron a jugar, recorriendo el cuerpo del otro, cediendo, exigiendo más espacio.
Era extraño: siempre había imaginado cómo sería tenerla entre sus brazos, pero ninguna de sus fantasías se comparaba con el placer de comprobar lo bien que aquel cuerpo femenino se amoldaba a él, como si fueran piezas de rompecabezas prefabricadas, besándose, encajando perfectamente el uno en el otro. Ella se había vuelto suya, toda suya, tan suya que podía sentir como se iban fundiendo en las sombras, volviéndose una sola piel.
-Eres lo único bueno que me queda en la vida- le dijo ella mientras besaba su cabello, y el contacto de su aliento en su cráneo le erizó los bellos del cuello-. Y por eso te odio- aseguró encajándole las uñas en la espalda.
El dolor se expandió como telaraña, pero no le importó.
-Te odio tanto que necesito verte sufrir.
Laura buscó su oreja y comenzó a morderla; siempre había odiado que se acercaran a sus oídos, le daba ñáñaras sentir que se los tocaban... pero no ella, ella no le molestaba... dejó escapar algo parecido a un gemido y se preguntó si en realidad había salido de él. Sonrojándose, agradeció que estuvieran a oscuras y que ella no pudiera verle el rostro encendido.
-Te odio- repitió ella- porque te necesito más y más... quiero verte sufrir y llorar y rogar... quiero ver mi dolor reflejado en ti.
Si su dolor era lo que ella quería, él se lo daría... cualquier cosa que la mantuviera en sus brazos, pequeña, sólida, suya... suya y de nadie más.
Y se abandonó al deseo, olvidándose de todo.
lunes, 24 de mayo de 2010
Cuando desperté, ya sabía que había muerto.
Ese día comenzó como cualquiera: baño, habitación, cocina, ¡las llaves! ¿Dónde, maldita sea, las había dejado? ¡Listo! Claro, ¿cómo habían llegado a la alacena? Jamás lo sabré... en fin... Auto, tráfico, estacionamiento, elevador, oficina.
Todo había sido normal.
Ruth, la secretaria, me saludó y me recordó la entrega de ese estúpido reporte que debía darle al jefe ese día.
Ese día comenzó como cualquiera: baño, habitación, cocina, ¡las llaves! ¿Dónde, maldita sea, las había dejado? ¡Listo! Claro, ¿cómo habían llegado a la alacena? Jamás lo sabré... en fin... Auto, tráfico, estacionamiento, elevador, oficina.
Todo había sido normal.
Ruth, la secretaria, me saludó y me recordó la entrega de ese estúpido reporte que debía darle al jefe ese día.
jueves, 12 de julio de 2007
Sueño
Voy por el camino
a la mercería, al lado del parque, pero no veo el parque, me fijo en una casa
donde dos niños chiquitos, uno de siete más o menos y el oro como de tres,
están en altas escaleras, poniendo adornos de navidad en el techo del patio (la
casa es como la de Estela), de pronto el niño más pequeño se cae y corro a ver
cómo está, parece que no tiene nada, pero bajo al otro y me quedo hasta que lleguen
sus papás… me la pienso, porque puede que los papás crean que yo les hice daño
o me acusen de algún delito, pero me preocupa mucho lo que les pueda pasar.
Llegan una mujer joven y un señor mucho mayor, quizás veinte años mayor, me
agradecen mientras les explico lo que pasó y les sugiero que le saquen
radiografías al pequeño, puede ser que por la adrenalina no sienta dolor, y por
eso se vea bien (puede haber un coágulo), me despido y me voy, regreso en
dirección contraria a la que iba (me olvidé de la mercería), veo muchas plantas
con flores y decido ir cortando una de cada una; las flores de colores estridentes,
vivos y brillosos siempre han llamado mi atención, aunque las blancas son mis
favoritas: tomo una rosa mexicano, amarilla brillante, naranja… llegando a la
casa las pondré en un florero con agua y les pondré dos aspirinas para que
duren, quizás me quede viéndolas o me anime a dibujarlas…
Pero no he ido a
la mercería, así que regreso, es de noche, la casa de los niños está abierta y
las luces prendidas ¿qué habrá pasado? ¿Le habrán llevado al hospital? Entro y
me meto por un pasillo angosto que lleva al patio trasero (como en villa
florida), se ve que atrás hay una luz prendida, llego y hay alguien que no
conozco rompiendo cosas, rompe dos peceras en las que había tortugas muy
pequeñas ¡se pueden morir!, mi primer impulso es tomar la manguera y llenar de
agua el patio (aunque pueden sobrevivir sin agua), me doy cuenta del error, hay
un enorme charco, cierro la llave de agua y busco las tortuguitas, me las
llevaré a casa, después pienso qué hacer, pero no las encuentro, siento que
algo pasa rozándome la espinilla y me da miedo, quizás es un animal venenoso,
me paro en una montañita de tierra maciza que sobresale y me fijo que está la
mamá (jovencita) llorando al papá (pero
ahora se ve más viejo y tiene finta de papá noel calvo de la mollera y con barba
no tan larga: le dio un infarto, no hubo tiempo de llevarlo al hospital, pero
está vivo, es extraño… me dice que siga el pasillo que lleva a la otra casa y
que le ayude por favor… quizás hay un doctor o una enfermera, aunque se ve muy
oscuro voy
El pasillo parece
muy largo, la oscuridad es tal que no sé si tengo los ojos cerrados o abiertos,
aunque juraría que están abiertos, pero no veo mis manos aunque sé que las estoy
agitando frente a mi cara… ¿es este pasillo interminable? ¿Por qué no he
chocado con nada, si no puedo ver hacia donde voy?
Por fin veo algo
de luz, salgo y es de día, por lo menos hay luz, un poco nublado, no se ve el
sol, el cielo gris y frente a mí, una casa enorme, de ladrillo y muy vieja, a
mis espaldas el pasillo ha quedado cubierto por enredaderas que cubren
totalmente algo que parece una barda (no sé si esta ahí, pues las plantas lo
cubren todo, no veo a mi alrededor, más
que plantas y la enorme gris y vieja casa. El suelo es tierra seca
Alguien se acaba
de asomar por una de las ventanas del lado izquierdo de la casa, a unas tres
ventanas a la izquierda de la puerta, levantando las cortinas guindas, así que
hay alguien, debo buscar ayuda
No sé porqué,
pero no toco, solamente entro y veo un largo pasillo a medio iluminar (luz
media, pero uniforme), solo hay puertas de mi lado derecho y no sé bien de
dónde viene la luz, si ya he cerrado la puerta y no hay ventanas ni lámparas,
pero no me importa, camino un poco más y noto una entrada del lado izquierdo,
que no había visto antes y que no tiene puerta, es como un gran salón, muy a la
antigua, está muy bien iluminado cuando entro, pareciera que hubiera alguien
ahí, pero no hay nadie, se escuchan voces de alguna parte: hay una habitación
más allá de la pared, detrás de un librero, aunque no hay puerta (frente a mí,
en la primera vista que doy al entrar en la habitación), no sé de lo que
hablan, ¿tener cuidado? ¿Dicen algo sobre sangre? ¿Acaso son vampiros? (solo me
da la impresión, por la casa y el ambiente, parece una película de terror), a
mi lado derecho el salón en el que estoy se conecta con otro, sin puerta
Hay una mujer de
pie en el lugar, muy hermosa, de cabello largo y oscuro, tez pálida, vestido
escotado y oscuro, por un momento me pareció haber visto a Morticia, así que
miro a mi alrededor para ver si hay otro de los locos Adams, pero ella sí
parece viva y la única persona que encuentro es otro hombre mayor, con la piel
sonrosada y aspecto bonachón, aunque parece preocupado, sentado en su sillón de
orejas, tipo Eriol
No me ponen atención,
están muy ocupados (ella mirándolo a él, y él pensando con un dedo recargado en
los labios, como aquella estatua de Miguel Ángel o Rafael, el pensante o
pensador, no recuerdo bien, pero con ropa estilo Alfred [de batman] y mirando
fijamente a la alfombra), no se han dado cuenta de que estoy ahí, quizás porque
no he hecho ruido, por un momento quiero interrumpir, pero noto que el ambiente
es denso y me siento de nervios, así que regreso con cuidado al pasillo,
seguramente hay alguien más en la casa que me pueda ayudar
Abro la primera
puerta, es una habitación vacía, la cama con el respaldo pegado a la pared de
la puerta y enfrente un ventanal enorme que ocupa casi toda la pared y que está
medio cubierto por unas pesadas cortinas mahogami con detalles dorados, a la
derecha hay un closet, no le pongo atención, a la izquierda, la pared pegada a
la puerta. salgo cerrando con cuidado y abro la siguiente puerta, me aterrorizo
al verlo: la enorme cama adocelada, pegada a la pared en la que la otra tenía
un closet: hay un anciano con cara de pesar, acostado en el medio de la cama,
otra persona llorando en una de las orillas de la cama (no le veo el rostro), y
al pie de la cama hay alguien ensangrentado, medio vendado (no le veo la cara
tampoco) y a su alrededor hay muchos pedazos de papel rectangular que destellan
a la luz que entra por la ventana.
Con horror cierro
la puerta, pero tal vez puedo ayudar, la abro de nuevo sólo para encontrar una
habitación idéntica a la primera, pero esta vez sí hay alguien: una niña, creo,
que me da la espalda mientras mira hacia el ventanal, lleva una bata larga
hasta el piso, de las antiguas, con holanes en las muñecas, con las manos
agarradas en la espalda, debajo de su largo y desordenado cabello marrón, vira
un poco el cuello y me mira con sus ojos oscuros, su rostro impasible y su piel
casi gris, se acerca a mí y de pronto me invade un miedo terrible, nunca había
tenido tanto miedo…
Alguien me grita
“Mátala o sino te matará a ti”, no sé si viene de mi cabeza o hay alguien más
en la habitación: la puerta está cerrada, ella se acerca más y más… de lejos se
veía pequeña, de cerca parece más alta que yo, no sé de dónde rayos saco una
daga, justo a tiempo, porque la niña, que resultó sí ser más alta que yo, me ha
tomado de los hombros y me está zarandeando… tengo miedo: con la daga rasguño
arriba de su oreja izquierda, ella no se detiene, con mi mano izquierda hago lo
mismo arriba de su oreja derecha, no se detiene… la apuñalo en el pecho, justo
donde está el corazón y comienza a sangrar… la sangre cae rápidamente por su
cuerpo: ¿es normal que salga tanta sangre? De pronto me doy cuenta de que ya no
cae por la bata rosa pálido de la niña, sino por una camisa a cuadros azules,
le miro el rostro y es Kino… suelto la daga… ¿cómo pude haberle encajado la
daga a Kino? Siento desesperación mientras él cae sobre mí, ensangrentado,
liviano, pesado… no sé…
Me paso uno de
sus brazos por mis hombros y lo saco de la habitación: necesito ayuda, abro la
siguiente habitación y me encuentro con aquella cama adocelada, el viejo estilo
abuelito de Heidy sentado y arropado en el medio, y hay alguien más… no sé
quien es, no me importa, Kino se está muriendo…. Lo recuesto al pie de la cama
y de pronto me doy cuenta de que ya había visto esa escena, la primera vez que
abrí la puerta de la habitación de la que acababa de salir.
¿Qué haces aquí?,
me pregunta el anciano y entonces reparo que su rostro me es familiar “Abuelo”,
sale de mis labios casi sin pensarlo, explico en pocas palabras lo que pasó,
algo me dice que debo regresar a esa habitación, la otra persona me sigue y
dejamos solos al anciano y a Kino desangrándose al pie de la cama.
Entro a la otra
habitación y la persona que me seguía cierra la puerta, reparo en que es
jazmín, con una blusa lila y un pantalón caki, miro al frente y es la misma
escena que la segunda vez que entré en la habitación: la niña sigue parada
dándome la espalda y mirando hacia el ventanal con su pijama rosa pálido, está
sucediendo lo mismo, me mira, camina hacia mí, siento miedo, esa voz de nuevo
me pide que la mate… tomo la daga… pero no sé qué es real… ¿es jazmín esa niña
y la niña es Kino? ¿Cuál es la ilusión?, no quiero matar a Kino, así que aferro
bien mi mano a la daga, como si así no la dejara actuar por su cuenta, cierro
los ojos y siento el impulso de abrazar a la niña con todas mis fuerzas…
“Eh… es raro que
me abraces”, escucho la voz pausada y nerviosa de Kino y de pronto me doy
cuenta del error, le suelto y le veo con su típica expresión de flojera en ese
rostro de ojos rasgados y piel morena… no lo maté, porque la daga sigue en mi
mano y no en su pecho, jazmín está asombrada detrás de mí, y aquella voz que
antes me pedía que matara, ahora me apremia “Lo hiciste bien, ahora regresa”.
Jazmín y yo
salimos.
Tomo el pomo de
la puerta de la tercera habitación, algo me dice que no encontraré la
habitación de aquel anciano: la abro con rapidez, ni siquiera me fijo bien en
lo que hay, solo alcanzo a ver fotos cayendo de alguna parte y escucho una voz
“recupera la foto”, cierro inmediatamente… sé que en la siguiente habitación
habrá algo más, así que repito el proceso, pero ésta vez no veo nada, solo
escucho que alguien me grita “no pierdas el libro”, cierro apresuradamente y
regreso a la tercera habitación, la del anciano.
Acabo de notar
que Jazmín aún me sigue, entramos las dos a la habitación, el anciano me mira
con preocupación, al pie de la cama, Kino está acostado, vendado con una tela
gris y rodeado por pedazos de papel que destellan con la luz del ventanal.
Me acerco con preocupación
y lo volteo, está vivo, la herida que antes le había traspasado el corazón,
ahora era apenas un rasguño, pero sus brazos parecían de trapo, cubiertos
totalmente por una tela gris oscuro… no importa, esta vivo.
Entonces me fijo
en jazmín, está viendo los papeles que rodean a Kino “Son fotos”, me dice y
entonces recuerdo aquella primera frase “Recupera la foto y no pierdas el
libro” digo en voz alta, más bien para mí, pero Jazmín asiente demostrándome
que ella vio y escuchó lo mismo que yo.
Agarro varias
fotos a la vez y las veo: son todas de alguna fiesta, creo que es una
quinceañera, los fondos son claros y las personas que salen en ellas, que más
bien son adolescentes, todas mujeres, llevan vestidos largos y con holanes, de
colores siempre pasteles o muy caros: rosa, amarillo y naranja, todos en
tonalidades pasteles y un ocasional perla: únicamente la quinceañera iba
vestida de blanco con unos listones de cola de ratón, de color lila que
decoraban su largo vestido.
Mirando los
rostros me di cuenta de que la quinceañera se me hacía familiar, aunque no
sabía bien quien era, sé que la conozco.
Algunas imágenes
pasaron por mi mente, como una película en la que las fotos cobraban vida: un
día soleado, con el cielo azul claro, el suelo cubierto de pasto verde y
fresco, y las personas con sus vestidos de holanes en tonos amarillo, naranja y
rosa, todos en pastel, algunos vestidos de color perla, y perdiéndose entre la
multitud, la quinceañera con su vestido de un pulcro blanco y listones lilas,
mientras su tiara en forma de corona destellaba al caminar, seguía a alguien,
al único hombre del lugar, el único que iba vestido de un color distinto:
negro, de libreta y corbatilla… no podía dejar que se fuera… era peligroso…
Intenté
perseguirla, pero al dar el primer paso aquella fiesta donde todas brindaban,
se desvaneció y me di cuenta de que me había quedado con una mano extendida
como tratando de alcanzar a alguien: frente a mí había una alberca que
inmediatamente se llenó de niños pequeños, todos de la misma edad, nueve u ocho
años, a mi lado estaba una pequeña que se despojaba de su vestido de holanes
blanco y azul cielo.
“Es la fiesta de
Carolina” decía como hablando con alguien pero sólo yo estaba a su lado, así
que pensé que se dirigía a mí, le miré con atención, y no me sorprendió ver a
la quinceañera de diez años menos mientras se quedaba vestida con su traje de
baño de una pieza. “Seguro que Carolina me deja hacer lo que quiera”, me dijo
con su voz infantil mientras me miraba a los ojos “Falta poco para que me odie,
tenemos que aprovechar ese tiempo, además… algún día yo también seré mayor”…
“Oye”, me llama
Kino y me doy cuenta que de nuevo estoy en la habitación del anciano, con las
fotos en mi mano y a mi alrededor.
“Recupera la
foto”, me digo de nuevo como si no hubiera pasado nada, y volteo las que tengo
en mis manos, buscando la fecha o alguna nota, pero por el derecho y el revés,
es la misma foto, como si se hubiera impreso la misma foto por ambos lados del
papel: todas están igual, comienzo a descartarlas, hasta que encuentro una.
La única foto en
la que la quinceañera está sola, sale de medio cuerpo, mirando soñadora y
sonriente hacia el cielo, con un ramo de flores lilas en las manos, a sus
espaldas, está lleno de árboles y arbustos de un verde vivo, pasto del mismo
color, y una construcción color café claro, de la que no se ve muy bien la
forma, únicamente una pared que contrasta con el azul claro del cielo. Detrás,
la foto de unas muchachas totalmente distintas a las que salen en las otras imágenes.
Enmarcadas en un
fondo de terciopelo guinda, cada una de ellas va vestida de noche, con vestidos
largos, de sendos escotes, los colores son oscuros; negro, guinda, azul oscuro,
café… son alrededor de seis y todas llevan el cabello oscuro largo y lacio
suelto hacia atrás y sin nada que cubra sus frentes.
Esta foto es
diferente a las demás, totalmente diferente…
Debo ir con esas
muchachas para recuperar la foto, pero no sé dónde encontrarlas.
“Recupera la foto
y no pierdas el libro”, me grito, pero no sé qué libro…
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