Hoy comí en el café en el que te conocí.
Llevaba meses evitándolo. Me daba miedo ir ahí solo. Resulta que mis miedos tenían una buena razón.
Nunca te lo dije, ¿verdad? La mayor parte de la gente no se acuerda de cuando conocen a las personas. Yo no me acuerdo de cómo conocí a casi ninguna de las personas con las que convivo... pero me acuerdo de cuando te conocí a ti. Es gracioso, pero está todo grabado en mi memoria, como si fuera uno de esos recuerdos que tu subconsciente selecciona como imprescindibles.
Esa noche había soñado contigo... o a lo mejor no... a lo mejor sólo tuve un sueño con una mujer de sonrisas tontas y luego le puse tu rostro, asegurándome de que ese día fuera especial. ¿Quién sabe? A lo mejor ni había soñado nada y mi memoria armó el pinche sueño para hacerte más especial.
En el sueño, real o ficticio, estabas tú, sonriendo como cuando te vi sentada en el café. Platicabas con una de las recepcionistas. Era tu primer día en la oficina y ya te habías hecho amiga de esa ogresa de Carmen... a lo mejor te habías hecho su amiga porque no sabías lo cabrona que es. Es una pinche vieja amargada a la que no le cae bien nadie y a la que todo el mundo desprecia por presumida y cabrona, pero ahí estabas tú, con tu sonrisa de mensa, sacándole plática y haciéndola sonreír. Yo nunca había visto sonreír a la pasa arrugada de Carmen... pero tú la hiciste reír como si nada. Le agradaste nada más llegar, seguro por tu cara de niña tonta y tu voz demasiado aguda, demasiado dulce, así como le agradas a casi todo el mundo.
Me encabrona eso de ti, ¿verdad que no lo sabías? Vas por ahí siendo amable con todo el mundo, como si se lo merecieran, y eres buena con todos, y nunca te quieres reír de los videos graciosos donde la gente se cae... me encantan esos videos, me reía más de tu cara de espanto cuando te los mostraba que de lo gracioso del puto video... ¿quién no se ríe de alguien dándose en la madre? La misma persona que se puede hacer amiga hasta de la pasa amargada de Carmen... sólo tú.
El punto es que nunca te lo dije. Ese día iba a ir a comer con Kevin a un restaurante que acababan de abrir en no sé dónde... ya ni me acuerdo del pinche nombre del lugar. De lo que me acuerdo es de que tuve que invitarle el almuerzo a Kevin para convencerlo de que llegáramos al pinche café de mierda.
Llevabas puesta una blusa de manta bordada. Me burlé de ti, pero a Kevin le pareció bonita. Era una blusa típica, dijo, anticuada pero era interesante ver a alguien vestido con huipil en pleno siglo veintiuno. Me dijo que eras nueva en la oficina, que trabajabas en el departamento de publicidad... que te había conocido en la mañana, que parecías agradable... ni te imaginas lo amargado que me sentí en ese momento.
Le dije que no debías ser tan agradable si eras capaz de hablar con la amargada de Carmen... pero Kevin me ignoró. No quiso acercarse a saludar y yo no quise sugerirlo porque no me apetecía verle la cara a la ogresa y porque no quería que se me notara que me interesabas. Esa pinche blusa no dejaba ver nada de tu figura. A lo mejor por eso me gustaste... porque me imaginé que debajo debías de ser un mango o algo así.
La verdad es que me sentí un poco aliviado de que Kevin sanjara el asunto, porque significaba que le valías una madre. Pero también me sentí un poco encabronado, porque ni tu nombre me dijo el pendejo.
Me acuerdo que el cabrón me sonrió sarcástico y me advirtió que ni se me ocurriera tratar de "estrenarme a la nuevita". Me dijo que olías a virgen de sacrificio. Me acuerdo que me reí y le seguí el juego. Seguro que a nadie se le ocurriría quitarte lo virgen con esa ropa de india recién bajada de la sierra que llevabas como si fuera lo mejor. Has de pensar que soy un bruto inculto, ¿verdad? A ti que tanto te gustan esas cosas... seguro que si hubieras sabido de qué nos estábamos riendo ese día, nunca me habrías hablado, ¿verdad que no? O a lo mejor sí, porque eres tan tonta y tan rara que a todo el mundo perdonas como si nada. A lo mejor me hubieras sonreído desafiante como cuando te decía que no me gustaban tus cosas... a lo mejor me hubieras sonreído con tristeza como cada vez que te molestaba en los últimos días en que estuvimos juntos.
Ustedes se fueron primero, y me dio un poco de coraje que le sonrieras y saludaras a Kevin como si nada... ni te diste cuenta de que nos reíamos de ti a tus espaldas. Pero Carmen te agarró del brazo y te sacó casi a rastras del café. Pinche vieja bruja... seguro que te dijo puro veneno sobre mí, ¿verdad? Pero tú ni le has de haber creído... porque tú siempre vas y piensas lo mejor de todo el mundo, eres tan tonta que te basta con que te sonrían una vez para pensar que la gente es buena... a lo mejor ahora te arrepientes de no haberle creído a la amargada de Carmen, ¿verdad? A lo mejor creerle te hubiera evitado un montón de lágrimas.
Nunca te lo dije, pero ese día que te vi por primera vez, me obsesioné un poquito contigo... me gustaste y quería pasar el rato acostándome contigo. Ni te has de impresionar a esas alturas, porque ya debes de saber lo cabrón y malnacido que soy. Seguro que ya dejaste de justificarme por todas las mamadas que te hacía, ¿verdad? A lo mejor ya hasta te olvidaste de ese día en que nos conocimos.
Me quedé un buen rato esperando a que salieras de la oficina. Fuiste de las últimas y me molestó un poco tener que esperarte. De todas maneras ni te diste cuenta ¿verdad? Fingí que iba saliendo yo también cuando decidiste dejar el despacho. Te habías amarrado el cabello en un feo molote y te habías puesto un abrigo guango que no combinaba para nada con lo que llevabas puesto... ¿quién en su sano juicio te había contratado para publicidad? Se notaba a leguas que no tenías buen gusto. Llevabas poco maquillaje y el delineador estaba medio corrido. En lugar de bolsa, llevabas un morral tejido de colores brillantes y pulseras hechas de semillas pintadas. Ibas cargada de papeles. Te veías ridícula y por un instante pensé que te haría un favor arrancándote esa ropa de indigente que llevabas puesta; sería como mi obra benéfica de la semana.
Te sonrojaste nada más verme. No lo hubieras hecho, porque en ese instante me sentí tan importante, como si fuera un pavo real perfecto deslumbrando a un pequeño e insignificante polluelo. Te ofrecí ayuda con los papeles y te negaste diciendo que podías tú sola. Después de conocerte, me empezó a encabronar que nunca aceptaras mi ayuda para cargar las cosas, pero en ese momento me sentí aliviado porque no quería cargar tus pendejadas de trabajo, pero tú has de haber pensado que era de esos tipos idiotas que respetan la fortaleza femenina o alguna tarugada de esas. Te gustaba verme con ojos románticos, pero al final yo lo jodí todo, ¿verdad que sí? Ese pedestal en el que me tenías, lo golpeé con todas mis fuerzas hasta que se cayó en pedazos.
Te saqué plática en el camino pero tú apenas y me miraste, sonrojada, apenada. Supe que te había gustado nada más con esas reacciones de colegiala tonta que me diste. Me sentí grande, superior a ti... me gustó que fueras tan tonta, porque pensé que sería más fácil llevarte a la cama y olvidarme de ti a la mañana siguiente.
No tenías auto y me ofrecí a llevarte, tú pensaste que estaba siendo amable, yo te estaba calculando... pero eres tan tonta que no te diste cuenta de que quería pasar a tener sexo contigo. Me pareció gracioso y te dejé ir intacta, seguro de que te tenía sobre el plato, lista para joderte cuando se me antojara, en tu propia casa, para no tener que pagar motel y no tener que llevarte a mi apartamento compartido. No planeaba gastarme un cinco en ti.
De regreso a mi casa, sonreí satisfecho, con la sensación de triunfo impregnando mi pecho.
Nunca te lo dije, pero esa noche volví a soñar contigo, con tu sonrisa y tus pulseras de semillas tintineantes, con tu rostro mirándome desde un lado de mi cama, sobre mi almohada favorita, en mis brazos. ¿Verdad que nunca te lo dije?
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