Se sentó en
la baranda y miró con fijeza al chico.
-Tenemos que
saltar al vacío- le aseguró.
-Pero yo no
sé volar- le respondió él, muy molesto.
-No dije
volar, dije saltar.
Lo empujó
con fuerzas para que cayera en el barranco, pero en vez de hundirse en las
profundidades oscuras de sus pesadillas, flotó sobre nubes de algodón de
azúcar, nubes de dulces sueños y bonitas promesas.
-¡Estoy
volando!
Y suspiró
sabiendo la verdad.
Se lanzó sin
premuras y sintió caerse en el abismo
negro de fragmentos de espejos rotos. Él estaba hecho de luz, ella, de
tinieblas.
Alina Navarro G.
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