sábado, 13 de abril de 2013

Deseo

Mientras Laura recorría con sus labios rosados el camino que había entre su boca y clavícula, él comenzaba a sentir las palpitaciones más y más potentes, en sus oídos, en su cuerpo, entumiendo su cerebro poco a poco, pero había algo... algo que estaba mal con eso... su cerebro se negaba a apagarse, pero él no lograba recordar qué era esa alarma que sonaba en lo más profundo de sí... era... era algo relacionado con ella, con él... pasó las manos por la tibia espalda femenina, descubierta gracias al bendito escote... relacionado no con él... el escote... ese escote...
-P... ar... a...
El débil susurro parecía irreal: su cerebro trabajaba a marchas forzadas para averiguar si en verdad había salido de su boca o sólo lo había imaginado... estaba mal, todo estaba mal en esa situación.
-Para- repitió y esta vez supo que era su voz; pastosa y casi ininteligible, pero real...
Ella no paró.
Para Tom, supuso algo más que fuerza sobrehumana el separarse de aquellos labios que le iban incendiando la piel y acumulando la sangre hirviente en su miembro.
-No quiero- dijo lentamente y ella le miró con los ojos llenos de vacío, un vacío que como golpe frío al estómago, le devolvió las fuerzas para seguir hablando-. No quiero aprovecharme de ti- y en cuanto la frase terminó de salir de su garganta se dio cuenta de lo ridícula que había sonado viniendo de él, dirigida a aquella criatura que le sonrió burlona con esa cara de ángel caído.
Laura resopló y luego levantó la comisura derecha en una media sonrisa sarcástica que hizo que a Tom se le revolviera el estómago.
-Creo que te has perdido algo de esta situación- dijo con una firmeza y seguridad que le hicieron sentir un apretón en el estómago de por sí revuelto.
Pero no iba a dejar que eso lo desanimara.
-Tú estás herida y yo...
-Yo- le interrumpió ella dejando de sonreír y mirándolo con seriedad- te quiero utilizar para olvidarlo- le cortó con la mirada adusta de quien se dispone a atacar-. Si alguien te pregunta, soy yo la mala de la historia.
De pronto ya no podía sostenerle la mirada: tenía ganas de vomitar, de salir corriendo, pero sus piernas no respondían y el miembro aún le ardía con un calor infernal que le hormigueaba las ingles.
Su mente trataba de forzarse a desvanecer la sensación, a no prestarle atención.
-Estás dolida, no sabes lo que quieres...
-Ah, pero tú sí- lo interrumpió mientras acariciaba su entrepierna y él no pudo evitar resentir el calor agolpado, aún más vibrante- O, ¿Me vas a negar que me deseas?... porque este amiguito parece gritar lo contrario- se burló, haciendo énfasis mientras pronunciaba la analogía de su sexo y él sintió como la boca le salivaba ácidamente, provocándole un desazonante peso en la mandíbula.
-Detente- le dijo mientras apartaba la mano femenina de su entrepierna.
Todo su cuerpo vibraba diciéndole que estaba loco, que la deseaba; quería atraerla hacia sí, atraparla, inmovilizarla bajo su peso, besarla hasta que no hubiera centímetro en aquella piel morena que no estuviera cubierta con su ácida saliva; penetrarla, hacerla suya y no dejarla ir... quería sus agudos gemidos sonando en sus ardidos oídos, sus largas uñas coloreadas con absurdos y llamativos esmaltes enterrándose en su espalda, sus largas piernas aferrándose a sus caderas afiladas, escurriendo sudor de ambrosía mientras la hacía suya.
La quería... No. La necesitaba.
-Tú no eres así- le dijo y en ese momento su cerebro hizo un click. En ese preciso instante, ella no era ni la sombra de la persona de la que él se había enamorado.
-Te necesito- le dijo ella con la voz temblorosa y volvió a tocarlo, marcándolo con fuego vivo ahí donde sus delgados dedos quebradizos y vacilantes iban explorándolo, tratando inútilmente de desabrocharle los botones de la camisa, al compás de sus débiles sollozos, haciéndolo estremecer y hormiguear ahí donde le iba rozando.
Y entonces se detuvo. Dejó de tocarlo y se levantó.
-Que te niegues a mi no cambia nada- dijo después de lo que a él le pareció una eternidad, recuperando la firmeza en de su empalagosa voz, comprobándole una vez más, que ella no era la mujer de la que él se había enamorado-. No importa si no eres tú.
Tomás sintió un pinchazo en el pecho: ella no era la persona de la que él se había enamorado.
-Yo quiero- comenzó ella-... yo NECESITO olvidarlo... borrarlo de todos los rincones de mi cuerpo que aún lo recuerdan, y si no eres tú, cualquiera me basta...
Se dio la media vuelta y comenzó a avanzar lentamente hacia la puerta, y con cada paso que ella daba, él comenzaba a sentir cómo el estómago le caía a los pies.
La sensación de acidez se apoderaba de su boca nuevamente, mientras los dedos le hormigueaban: había apretado los puños sin darse cuenta.
Ella se detuvo frente a la puerta y tomó la perilla sin girarla, sin mirarlo.
-Si no eres tú, sólo me sentiré un poco más puta: esa es la diferencia.
El cuerpo le temblaba: Ella no era la persona...
Ella que no era Laura, giró la perilla...
Ella no era la persona de la que se había enamorado, ella no era Laura, no era SU Laura... Tom estaba seguro de eso... pero... aún así... contra toda lógica y con todas sus neuronas gritándole lo contrario... él la deseaba... la deseaba más que nada en el mundo y no podía siquiera imaginarla en brazos de algún idiota que la acariciaría y la tocaría donde sólo le pertenecía a él.
No se dio cuenta de cómo ni de cuándo se había levantado; le tomó unas cuantas zancadas acortar la distancia hasta atrapar la mano que sostenía la perilla y obligarla a girar el cuerpo entero hacia él.
La miró por un segundo, descubriendo esa expresión perdida cual idiota que no entiende lo que pasa y una furia inmensa que explotó en su estómago, comenzó a expandirse por todo su cuerpo mientras la estrujaba y la besaba desesperado, agresivo, ardiendo...
Con una mano sujetó los dedos de uñas absurdamente coloreadas...temblaban... los guió hasta su pecho mientras desabrochaba la camisa con la otra mano.
La besó frenéticamente, más y más, sintiéndola estremecerse, capturada en su posesivo abrazo y la arrastró al sofá, ese sofá en el que la había visto regodearse fanfarronamente tantas veces, y la arrinconó más, la estrujó, la aplastó con todo su peso mientras le quitaba el vestido con desesperación.
-No me voy a ir- susurró Laura, en su oído, deteniéndolo en el proceso de devorarle el cuello. Se congeló mientras la idea atravesaba su mente: sí, tenía miedo de que ella se fuera, que desapareciera en algún lugar, con algún imbécil que no fuera él.
Le ardía la entrepierna.
Ella comenzó a besarlo de nuevo, con calidez, en cada espacio que pudo alcanzar desde la prisión en que él la tenía cautiva, pero él no cedió, no se movió ni un milímetro.
-Era mentira; no me pienso mover de aquí- dijo mientras liberaba una mano que guió a su espalda ya descubierta y con un dedo le recorrió la columna sin prisas, provocando un leve cosquilleo que con una serie de escalofríos empezó a deshacer su rigidez.
Tom respondió besándole los hombros, tratando de controlarse, mientras el calor se agolpaba en su miembro, exigiéndole explotar sin demora.
Comenzaron a jugar, recorriendo el cuerpo del otro, cediendo, exigiendo más espacio.
Era extraño: siempre había imaginado cómo sería tenerla entre sus brazos, pero ninguna de sus fantasías se comparaba con el placer de comprobar lo bien que aquel cuerpo femenino se amoldaba a él, como si fueran piezas de rompecabezas prefabricadas, besándose, encajando perfectamente el uno en el otro. Ella se había vuelto suya, toda suya, tan suya que podía sentir como se iban fundiendo en las sombras, volviéndose una sola piel.
-Eres lo único bueno que me queda en la vida- le dijo ella mientras besaba su cabello, y el contacto de su aliento en su cráneo le erizó los bellos del cuello-. Y por eso te odio- aseguró encajándole las uñas en la espalda.
El dolor se expandió como telaraña, pero no le importó.
-Te odio tanto que necesito verte sufrir.
Laura buscó su oreja y comenzó a morderla; siempre había odiado que se acercaran a sus oídos, le daba ñáñaras sentir que se los tocaban... pero no ella, ella no le molestaba... dejó escapar algo parecido a un gemido y se preguntó si en realidad había salido de él. Sonrojándose, agradeció que estuvieran a oscuras y que ella no pudiera verle el rostro encendido.
-Te odio- repitió ella- porque te necesito más y más... quiero verte sufrir y llorar y rogar... quiero ver mi dolor reflejado en ti.
Si su dolor era lo que ella quería, él se lo daría... cualquier cosa que la mantuviera en sus brazos, pequeña, sólida, suya... suya y de nadie más.
Y se abandonó al deseo, olvidándose de todo.

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