jueves, 31 de marzo de 2016

Cuando te convertiste en espuma

No dejaste ni una sola cosa tuya en mi apartamento cuando te fuiste.
En el tiempo en que estuvimos juntos habías ido dejando cosas por todo el apartamento: un par de prendas en mi habitación, refractarios en la cocina, tu cepillo de dientes en el baño... yo fingía que me molestaba cuando los veía, pero secretamente me gustaban y me aterraban. Eran muestras de que te estabas volviendo parte de mi vida... había momentos en que tenía ganas de agarrarlo todo, meterlo en una bolsa y tirarlo a la mierda... y luego, había ratos en que quería ir a tu casa y traerme todas tus cosas para que te mudaras de una vez.
Supongo que debí haber notado que te llevabas las cosas esa última semana. A lo mejor te las llevaste todas la misma noche y por eso no me di cuenta... pero la verdad es que eran tan pocas, que igual no lo noté porque no todo el tiempo les ponía atención.
Supongo que no cuenta como disculpa, pero sabías que estaba estresado: llevaba meses tratando de conseguir ese proyecto y por fin me lo habían dado. Sabías que tenía que irme. A veces siento que aprovechaste la situación para abandonarme sin que pudiera hacer nada, sin que me diera cuenta a tiempo. ¿Tanto miedo tenías de que te detuviera? A lo mejor, si me hubiera dado cuenta, no te habrías podido escapar, habrías tenido que enfrentarme y no habrías tenido el valor para marcharte.
No recuerdo qué hicimos ese día. Me iba al siguiente día en la tarde, así que preparé todo, con tu ayuda... creo que tú preparaste casi todo mientras yo te hablaba emocionado del proyecto.
Una vez me dijiste que una de las cosas que te gustaban de mí era la pasión con la que te hablaba de mi trabajo. Me dijiste que te emocionaba oírme hablar de lo que me gustaba. Así que cuando no te emocionaste al escucharme, me enojé. Debería haberme preocupado, pero en lugar de sospechar, me irrité porque pensé que le quitabas importancia a mis cosas. Debes comprender que me habías acostumbrado a tu atención, a sentirme importante, y esa noche no sentí que me apoyaras... nos peleamos, aunque no recuerdo que hayas dicho nada.
Me calmaste, me hiciste olvidar el estrés y usaste las palabras exactas para engrandecer mi ego. Me hiciste el amor como nunca...
Me dijiste que me ibas a extrañar, y como un estúpido, pensé que te referías a los dos meses que pasaría fuera, en el proyecto... pensé en decirte que te llamaría, pensé en decirte alguna cosa cursi que sonara romántica o algo, pero no se me ocurrió nada. En lugar de eso, te dije que te veías patética, que no armaras escándalos por un par de meses. Me di la vuelta y me quedé dormido sin preocuparme. Estaba seguro de que estarías ahí al día siguiente. Estaba seguro de que estarías esperándome al finalizar el proyecto... ¿cómo se me iba a ocurrir que no estarías siempre si yo sabía que eras mía?
Ni siquiera noté cuando te levantaste... ni me di cuenta cuando te fuiste.
Me enojé un poco cuando desperté y no estabas. Salí de la habitación y Julio estaba ahí, ¿sabes? Bebiendo café en la mesa mientras miraba el desayuno que habías preparado. Te llamé y no contestaste, te busqué en el baño y no estabas. Le pregunté a Julio si habías ido a la tienda. Él no me contestó, pero yo asumí, y se lo dije, que estarías comprando los ingredientes para hacer esas galletas que me gustaban. Dije algo sobre que al menos tenías la decencia de hacer eso y seguí hablando hasta que Julio me pidió que desayunara. Por un momento me sentí incómodo... se me ocurrió esperarte, pero luego pensé que era tu culpa por no haber esperado a que yo me levantara a desayunar. Tenía hambre, así que comí contento... estaba frío, pero no me quejé... no te lo imaginas, ¿verdad? A veces sólo me quejaba para molestarte, no porque me enojaran las cosas.
Me gusta tu comida, incluso si está fría. Aquella mañana comí con gusto. Terminé de empacar, moví las maletas a la entrada... llamé al taxi y me senté a ver televisión. Pero no llegaste.
Te llamé un par de veces. No quería que notaras que empezaba a preocuparme... pero tu teléfono estaba apagado. Pensé que habías olvidado cargarlo, como siempre, le comenté a Julio lo tonta que eras, tratando de que no se me notara la ansiedad en la voz. Sabía que algo no estaba bien, pero no quería admitirlo, disimulé todo lo que pude... te llamé un par de veces más... seguía apagado... volví a burlarme de ti, le quité importancia... pero terminé explotando... después de esperarte toda la mañana, comencé a preguntarle a Julio si le habías dicho algo, ¿a dónde fuiste? ¿Por qué no habías vuelto? No quería decirlo en voz alta, pero me daba miedo que te hubiera pasado algo... ¿que tonto, verdad? Yo preocupado por ti y tú dejándome como la mierda...
No sentí nada cuando Julio me dio la carta diciéndome que le habías pedido que no me la diera hasta que volviera del viaje del proyecto.
La furia me golpea a veces cuando pienso en ello. Le pediste a Julio que guardara la puta carta por dos meses, hasta que regresara, ¿qué chingados pensaste? ¿Que no me iba a dar cuenta de que te habías ido? ¡Chingada madre! ¿Pensaste que no te iba a llamar o qué demonios? ¿Creíste que no iba a venir los fines de semana? ¿Que no me iba a dar cuenta de que había pinches extraños viviendo en tu casa? ¿Por qué madres pensaste que la puta carta podía esperar dos putos meses para darme tus pinches explicaciones de mierda?
Lo que más me encabrona es que tenías razones para pensarlo.
¿Sabes qué hice después de leer tu puta carta? Me reí. Luego me enojé... o al revés, la verdad es que ya ni me acuerdo. Cuando me encontré con Kevin en el aeropuerto, no le dije una mierda. De todas maneras el puto de Kevin ni sabía que había algo entre nosotros... pensaba, como tú, que nada más me acostaba contigo para pasar el pinche rato. ¿Qué jodido, verdad? Ya había decidido que me valía madres lo que dijeras. Estaba seguro de que volverías a pedirme perdón, que me suplicarías por volver a mi cama. No había decidido si te iba a perdonar, sin embargo.
Seguí pensando que todo estaba bien, incluso cuando te llamaba al teléfono para escuchar la puta voz de la operadora diciendo que el pinche número no existía. Te maldije un par de veces por no contestarme... me maldije cada vez por haberte prohibido que grabaras mi número... a lo mejor se te había perdido el pinche teléfono, a lo mejor se te había descompuesto, a lo mejor no tenías cómo contactarme y por eso no me llamabas... yo te había prohibido que me llamaras pero nunca te dije que no me pasaras tu pinche número nuevo si algo le pasaba al otro...
No le quería preguntar a Julio, pero empecé a llamarlo porque era la única conexión que tenía con la oficina... pero nunca me salía la manera de preguntar por ti... a veces él me cortaba, a veces era sólo que yo no me atrevía a tocar el tema.
Fue Kevin quien me lo dijo, ¿sabes? Me hizo sentir como un estúpido. Lo dijo sin más... que habías renunciado el viernes antes de que nos fuéramos de viaje para el proyecto... quién sabe que pinche cara habré puesto, que terminó burlándose de mí, diciendo que pensaba que sólo me acostaba contigo por pasar el tiempo, pero que era una mamada que ni supiera que habías renunciado, que al menos ya tenía tiempo para enfocarme en otras... ni se dio cuenta de que vomité del coraje, de que golpeé la almohada en la noche, de que me emborraché y te llamé al puto número inexistente, de todas las pendejadas que hice cuando me di cuenta de que en verdad te habías ido.
Lo que me jode es que yo también lo pensé, de alguna manera, que lo nuestro era sólo para pasar el rato, que te podía dejar sin mirar atrás, sin sentir remordimiento cuando te pidiera que te convirtieses en espuma... qué pendejo, ¿verdad?

domingo, 27 de marzo de 2016

Cuando te convertiste en espuma

Mosquito. Me carcajeé cuando supe que tus padres te llamaban así. Creo que te dije que te quedaba perfecto porque eras igual de fea que una mosca. Tú hiciste una mueca, sonreíste y concordaste conmigo. Sabía que no te considerabas bonita, pero no me importó burlarme de ello y utilizar el mote de tus papás para satirizarte más.

Ni siquiera me digné a preguntarte por qué te llaman así. Si tus papás tienen buena vista, seguro que se habrán dado cuenta de que eres preciosa, de la misma manera que me di cuenta yo: viéndote sonreír. La verdad es que no se me ocurrió preguntarte, me limité a reírme, hacer chistes sobre el dengue o zicca y luego comencé a llamarte mosca cada vez que mencionabas a tu familia: “¿Extraña la mosca fea a sus papás?”. Tú te reías de mis gracias y afirmabas orgullosa. No te avergonzaba admitir que eras la princesa de mamá y papá.

Me lo he preguntado hoy. ¿Por qué tus padres, adorándote como te adoran, te llamaban mosquito? Me entró la duda porque escuché una canción infantil sobre un mosquito que daba besos de corazón. El locutor dijo que estaba basado en un mito o algo así… a lo mejor tus papás te contaban esa historia antes de ir a dormir. A lo mejor cantabas la canción a todo pulmón… a lo mejor hay una historia divertida o tierna detrás del apodo… a lo mejor ya no es tiempo para preguntarte por ello, ¿verdad?

Me gustó pensar que el apodo es porque eres buena besando. Al principio no tenías experiencia en nada, pero siempre fuiste buena besando… me cagaba pensar que alguien te había enseñado a besar con pasión… pero a lo mejor simplemente eras natural para ello. Eso tampoco te lo pregunté. Creo que me hubiera dado algo si me hubieras contado sobre tu primer beso o sobre el idiota que te enseñó a besar.

Yo no soy como el pendejo de la canción al que le importaría una madre tu pasado con tal de que en el presente estuvieras con él… yo me enojaba cada vez que me acordaba que no habías aprendido a besar conmigo. Me tenía que morder un testículo para que no te enteraras de que estaba celoso en secreto.

La primera vez que me besaste en serio, sin vergüenza, sin alcohol, me sorprendí. Quién iba a decir que con esa boca chiquita de labios extraños ibas a poder besar con tanta pasión. Ni te has de acordar porque me besaste enojada. Nunca te acuerdas de lo que haces cuando estás enojada.

Yo me acuerdo porque me besaste como si no hubiera mañana. En ese momento se me olvidó que estábamos en la oficina… se me olvidó que te había prohibido que la gente se enterara de que había algo entre nosotros. Tu beso me encendió y te hubiera hecho el amor en ese instante si al separarte de mí no me hubieras visto con esa mirada de reproche.

Tenías los ojos llenos de lágrimas y se me olvidó que quería metértela. “¿Tanta vergüenza te doy?”, me preguntaste algo por el estilo. No supe qué responderte. Sí, me daba vergüenza que supieran que teníamos algo… o a lo mejor sólo tenía miedo de que si alguien se enteraba de que me estaba aprovechando de ti, irían a contarte todas las canalladas que había hecho antes y entonces se te hubiera olvidado que te hacía reír, o que te gustaba lo que te hacía en la cama… porque entonces me hubieras dejado como pendejo… y yo ya te había advertido que el que terminaba las cosas era yo, que el que mandaba era yo…

Pero en ese momento te valió madres. Me besaste, me desarmaste y no supe qué decir. Te quedaste mirándome y comencé a enojarme. Seguro te dije algo sarcástico, pero me dejaste con la palabra en la boca. Me diste la espalda y te fuiste caminando, luego te detuviste a unos metros, me miraste, esperaste, sacudiste la cabeza y te fuiste. A lo mejor esperabas que te llamara, que te detuviera, que fuera romántico, te pidiera perdón o te besara. Pero yo no soy así, ya lo sabes, ¿verdad?

Me dejaste de hablar. Yo me enojé más y decidí no llamarte, no mandarte mensajes, ignorarte de la misma manera en que tú me ignorabas en la oficina. Estaba seguro de que no aguantarías demasiado, pero la cosa se extendió a días y en el fondo comencé a asustarme un poco de que la ley del hielo se volviera permanente.

Sentí alivio de que nuestra ciudad fuera tan propensa a las lluvias y de que tú aún no hubieras comprado un carro. De que aceptaras que te llevara después de recriminarte que fueras tan infantil y de echarte en cara que te enfermarías y le dejarías el trabajo tirado a tus compañeros solo por ser orgullosa y caprichosa. Al final te fuiste conmigo sin saber que Carmen la amargada quería llevarte, y yo me le adelanté por muy poco… si te hubieras negado un minuto más, habrías regresado con ella y no conmigo. Pero tuve suerte. Te convencí, te llevé y con palabras, chantajes y sátiras, logré meterme en tu cama de nuevo, pero ahora con los besos apasionados, con un poco menos de vergüenza y pudor de tu parte.

El coraje se te fue bajando mientras trataba de imitar la manera en que me habías besado. Te reíste en mi boca y me preguntaste si me había gustado. No te respondí directamente, sabes que no soy así. Me limité a señalar que no eras tan mojigata como pensaba. Me aseguré de que entendieras que no debían saber nada de nosotros en la oficina… que habías sido una imprudente… te eché la culpa de todo. ¿Sabes que ni siquiera me acuerdo de por qué te habías molestado? Has de pensar que soy un cabrón. A lo mejor lo soy.

Esa noche me quedé en tu casa. Sabía que no estaba bien, pero me quedé porque comencé a pensar en quien te había enseñado a besar. No quise admitirlo ni siquiera en mis adentros, pero me sentí celoso y quise quedarme como una protesta sorda para él, para demostrarle que yo había conseguido algo que él no, para dejar en claro que era yo quien te tenía.

Yo te tenía. Era a mí a quien besabas… tú eras mi mosca fea.

Me encabrona que me hayas vuelto tan patético como para que una puta canción de mosquitos me haga extrañarte más. Supongo que ahora iré a mi casa a buscar canciones de mosquitos y mitos sobre el dengue y todas las enfermedades que contagian. A lo mejor así te odio más de lo que te extraño… a lo mejor así te recuerdo más y tengo buenos sueños contigo… a lo mejor me vuelvo lo suficientemente patético como para pensar como tú y entender por qué chingados te fuiste… a lo mejor me distraigo de ti… a lo mejor no puedo caer más bajo, ¿verdad?

sábado, 26 de marzo de 2016

Cuando te convertiste en espuma

Hoy comí en el café en el que te conocí.
Llevaba meses evitándolo. Me daba miedo ir ahí solo. Resulta que mis miedos tenían una buena razón.
Nunca te lo dije, ¿verdad? La mayor parte de la gente no se acuerda de cuando conocen a las personas. Yo no me acuerdo de cómo conocí a casi ninguna de las personas con las que convivo... pero me acuerdo de cuando te conocí a ti. Es gracioso, pero está todo grabado en mi memoria, como si fuera uno de esos recuerdos que tu subconsciente selecciona como imprescindibles.
Esa noche había soñado contigo... o a lo mejor no... a lo mejor sólo tuve un sueño con una mujer de sonrisas tontas y luego le puse tu rostro, asegurándome de que ese día fuera especial. ¿Quién sabe? A lo mejor ni había soñado nada y mi memoria armó el pinche sueño para hacerte más especial.
En el sueño, real o ficticio, estabas tú, sonriendo como cuando te vi sentada en el café. Platicabas con una de las recepcionistas. Era tu primer día en la oficina y ya te habías hecho amiga de esa ogresa de Carmen... a lo mejor te habías hecho su amiga porque no sabías lo cabrona que es. Es una pinche vieja amargada a la que no le cae bien nadie y a la que todo el mundo desprecia por presumida y cabrona, pero ahí estabas tú, con tu sonrisa de mensa, sacándole plática y haciéndola sonreír. Yo nunca había visto sonreír a la pasa arrugada de Carmen... pero tú la hiciste reír como si nada. Le agradaste nada más llegar, seguro por tu cara de niña tonta y tu voz demasiado aguda, demasiado dulce, así como le agradas a casi todo el mundo.
Me encabrona eso de ti, ¿verdad que no lo sabías? Vas por ahí siendo amable con todo el mundo, como si se lo merecieran, y eres buena con todos, y nunca te quieres reír de los videos graciosos donde la gente se cae... me encantan esos videos, me reía más de tu cara de espanto cuando te los mostraba que de lo gracioso del puto video... ¿quién no se ríe de alguien dándose en la madre? La misma persona que se puede hacer amiga hasta de la pasa amargada de Carmen... sólo tú.
El punto es que nunca te lo dije. Ese día iba a ir a comer con Kevin a un restaurante que acababan de abrir en no sé dónde... ya ni me acuerdo del pinche nombre del lugar. De lo que me acuerdo es de que tuve que invitarle el almuerzo a Kevin para convencerlo de que llegáramos al pinche café de mierda.
Llevabas puesta una blusa de manta bordada. Me burlé de ti, pero a Kevin le pareció bonita. Era una blusa típica, dijo, anticuada pero era interesante ver a alguien vestido con huipil en pleno siglo veintiuno. Me dijo que eras nueva en la oficina, que trabajabas en el departamento de publicidad... que te había conocido en la mañana, que parecías agradable... ni te imaginas lo amargado que me sentí en ese momento.
Le dije que no debías ser tan agradable si eras capaz de hablar con la amargada de Carmen... pero Kevin me ignoró. No quiso acercarse a saludar y yo no quise sugerirlo porque no me apetecía verle la cara a la ogresa y porque no quería que se me notara que me interesabas. Esa pinche blusa no dejaba ver nada de tu figura. A lo mejor por eso me gustaste... porque me imaginé que debajo debías de ser un mango o algo así.
La verdad es que me sentí un poco aliviado de que Kevin sanjara el asunto, porque significaba que le valías una madre. Pero también me sentí un poco encabronado, porque ni tu nombre me dijo el pendejo.
Me acuerdo que el cabrón me sonrió sarcástico y me advirtió que ni se me ocurriera tratar de "estrenarme a la nuevita". Me dijo que olías a virgen de sacrificio. Me acuerdo que me reí y le seguí el juego. Seguro que a nadie se le ocurriría quitarte lo virgen con esa ropa de india recién bajada de la sierra que llevabas como si fuera lo mejor. Has de pensar que soy un bruto inculto, ¿verdad? A ti que tanto te gustan esas cosas... seguro que si hubieras sabido de qué nos estábamos riendo ese día, nunca me habrías hablado, ¿verdad que no? O a lo mejor sí, porque eres tan tonta y tan rara que a todo el mundo perdonas como si nada. A lo mejor me hubieras sonreído desafiante como cuando te decía que no me gustaban tus cosas... a lo mejor me hubieras sonreído con tristeza como cada vez que te molestaba en los últimos días en que estuvimos juntos.
Ustedes se fueron primero, y me dio un poco de coraje que le sonrieras y saludaras a Kevin como si nada... ni te diste cuenta de que nos reíamos de ti a tus espaldas. Pero Carmen te agarró del brazo y te sacó casi a rastras del café. Pinche vieja bruja... seguro que te dijo puro veneno sobre mí, ¿verdad? Pero tú ni le has de haber creído... porque tú siempre vas y piensas lo mejor de todo el mundo, eres tan tonta que te basta con que te sonrían una vez para pensar que la gente es buena... a lo mejor ahora te arrepientes de no haberle creído a la amargada de Carmen, ¿verdad? A lo mejor creerle te hubiera evitado un montón de lágrimas.
Nunca te lo dije, pero ese día que te vi por primera vez, me obsesioné un poquito contigo... me gustaste y quería pasar el rato acostándome contigo. Ni te has de impresionar a esas alturas, porque ya debes de saber lo cabrón y malnacido que soy. Seguro que ya dejaste de justificarme por todas las mamadas que te hacía, ¿verdad? A lo mejor ya hasta te olvidaste de ese día en que nos conocimos.
Me quedé un buen rato esperando a que salieras de la oficina. Fuiste de las últimas y me molestó un poco tener que esperarte. De todas maneras ni te diste cuenta ¿verdad? Fingí que iba saliendo yo también cuando decidiste dejar el despacho. Te habías amarrado el cabello en un feo molote y te habías puesto un abrigo guango que no combinaba para nada con lo que llevabas puesto... ¿quién en su sano juicio te había contratado para publicidad? Se notaba a leguas que no tenías buen gusto. Llevabas poco maquillaje y el delineador estaba medio corrido. En lugar de bolsa, llevabas un morral tejido de colores brillantes y pulseras hechas de semillas pintadas. Ibas cargada de papeles. Te veías ridícula y por un instante pensé que te haría un favor arrancándote esa ropa de indigente que llevabas puesta; sería como mi obra benéfica de la semana.
Te sonrojaste nada más verme. No lo hubieras hecho, porque en ese instante me sentí tan importante, como si fuera un pavo real perfecto deslumbrando a un pequeño e insignificante polluelo. Te ofrecí ayuda con los papeles y te negaste diciendo que podías tú sola. Después de conocerte, me empezó a encabronar que nunca aceptaras mi ayuda para cargar las cosas, pero en ese momento me sentí aliviado porque no quería cargar tus pendejadas de trabajo, pero tú has de haber pensado que era de esos tipos idiotas que respetan la fortaleza femenina o alguna tarugada de esas. Te gustaba verme con ojos románticos, pero al final yo lo jodí todo, ¿verdad que sí? Ese pedestal en el que me tenías, lo golpeé con todas mis fuerzas hasta que se cayó en pedazos.
Te saqué plática en el camino pero tú apenas y me miraste, sonrojada, apenada. Supe que te había gustado nada más con esas reacciones de colegiala tonta que me diste. Me sentí grande, superior a ti... me gustó que fueras tan tonta, porque pensé que sería más fácil llevarte a la cama y olvidarme de ti a la mañana siguiente.
No tenías auto y me ofrecí a llevarte, tú pensaste que estaba siendo amable, yo te estaba calculando... pero eres tan tonta que no te diste cuenta de que quería pasar a tener sexo contigo. Me pareció gracioso y te dejé ir intacta, seguro de que te tenía sobre el plato, lista para joderte cuando se me antojara, en tu propia casa, para no tener que pagar motel y no tener que llevarte a mi apartamento compartido. No planeaba gastarme un cinco en ti.
De regreso a mi casa, sonreí satisfecho, con la sensación de triunfo impregnando mi pecho.
Nunca te lo dije, pero esa noche volví a soñar contigo, con tu sonrisa y tus pulseras de semillas tintineantes, con tu rostro mirándome desde un lado de mi cama, sobre mi almohada favorita, en mis brazos. ¿Verdad que nunca te lo dije?

viernes, 25 de marzo de 2016

Cuando te convertiste en espuma

Hoy te compré un celular con el mismo número que tenías antes de dejarme.
Cuando lo compraste pensé que estabas loca. Me molestó que te emocionara tanto poder elegir tu número. Elegiste un número tonto... ¿qué de especial podría tener ese número? Te dije un montón de comentarios sarcásticos y me burlé de ti, enojado porque fueras tan banal. "Es una fecha que me gusta", me dijiste, y sonreíste como si no te hubiese afectado nada de lo que dije.
La verdad no recuerdo qué tanto te dije... pero seguro que te hirió, ¿verdad? No me dirigiste la palabra en todo el viaje de vuelta. Recuerdo que me divirtió un poco tu reacción. Me burlé más diciéndote que eras una niña por molestarte... pero no me disculpé... no recuerdo haberlo hecho. No lo hice, ¿verdad que no? Claro que no... porque nunca te pedía perdón por nada... porque siempre me decías que estaba bien... con tus sonrisas, con tu tono despreocupado, con tu actitud de "aquí no pasa nada".
Intercambiaste números con Julio, mi compañero de cuarto, y él sí supo porqué era importante. se emocionó de la misma manera que tú cuando declaró, haciéndome ver como un tonto, que el número era tu fecha de cumpleaños.
Tu fecha de cumpleaños.
Llevábamos más de siete meses juntos, habían pasado casi cinco meses desde tu cumpleaños y yo, por supuesto, no sabía la fecha. ¿Habíamos estado juntos en tu cumpleaños? ¿Por qué no me habías dicho que era tu cumpleaños? ¿Habías preferido estar con alguien más y por eso no me lo habías dicho? ¿Lo habías pasado con alguien que te agradaba más? ¿Te había dado algo bueno, aunque fuera sin darme cuenta? ¿Te había hecho algún comentario de los míos, de esos que te lastimaban? ¡¿Por qué demonios no me habías dicho que era tu puto cumpleaños?!
Estaba enojado. Lo notaste y fingiste que tenías que regresar a tu casa. No te querías quedar a dormir porque sabías que estaba molesto. Pero no te dejé ir, no podía permitir que te fueras, me encabronaba todo, pero me encabronaba más saber que huirías sin hacerte responsable de la vergüenza que me habías hecho pasar con mi compañero de cuarto. ¿Cómo es que él sabía tu fecha de cumpleaños y yo no?
Debí hacer muchos comentarios sarcásticos antes de acostarnos... te veías triste. No recuerdo qué te dije, sólo recuerdo la tristeza en tus ojos antes de acostarte, sola, en mi cama.
Creo que bebí... ya ni me acuerdo. Cuando fui a acostarme, estabas ahí, hecha un ovillo en un rincón de la cama, con el ceño fruncido. se me pasó el coraje solo de verte dormir. Babeas cuando duermes, ¿lo sabías? Varias veces te lo quise echar en cara, burlarme de ti... pero me lo quedé, porque era algo que solo yo sabía. Nadie te había visto dormir, nadie más que yo... eso me gustaba. Me fascinaba ser el único que sabía que babeas, el único que ha escuchado el sonido profundo de tu respiración cuando estás bien dormida... sigo siendo el único, ¿verdad? ¿Verdad que no has dejado que nadie más lo sepa? De verdad necesito saber que es así, que esa sigue siendo mi carta de triunfo...
Toda la noche me obsesioné pensando en u cumpleaños. Al final me convencí de que lo habías pasado conmigo, y me sentí un poco culpable de no haberte dado nada como regalo. Antes de quedarme dormido concluí que lo resolvería comprándote algo al día siguiente... habían pasado casi cinco meses, pero mejor tarde que nunca, ¿verdad?
Al día siguiente salí temprano del trabajo para ir a comprar el regalo perfecto. Lo encontré en una bolsa. Era cara, refinada, femenina, estaba de moda... en una palabra, era Perfecta.
Por eso me molesté tanto cuando me preguntaste si era para Victoria... me lo preguntaste nada más ver la estúpida bolsa... ni siquiera me diste tiempo para decirte que era para ti... ¿por qué chingados le iba a comprar una estúpida bolsa a Victoria en esa pinche fecha de mierda? Pero no te lo dije. Me enojé mucho porque no supiste que era para ti, pero la verdad es que nunca te dije que lo era. No mencioné que era tu regalo atrasado, ni que pensaba que era perfecta porque combinaba con el color de tus ojos. En lugar de eso te dije que sí, que era para Victoria... porque Victoria y yo trabajábamos juntos, porque ella y yo habíamos tenido una relación intensa antes de que te conociera, porque tú lo sabías todo, porque quería que te sintieras celosa.
Esa noche no te quedaste y yo sentí algo así como un triunfo hasta que Julio me dijo que era un cabrón y se fue a dormir sin dar sus "buenas noches" sosas de todo el tiempo. Pero yo no quería admitir que estaba mal, así que empujé la culpa a algún lugar en el que no me molestara y me fui a dormir.
Supe que la bolsa le iría perfecta a Victoria en cuanto la vi entrar a la oficina. Me sentí bien al dársela, me gustó su expresión cuando la vio, todo iba perfecto hasta que Julio me miró con reproche mientras le comentaba a Victoria que esa bolsa era "tan ella". Victoria se carcajeó y apuntó que era increíble que yo siguiera sabiendo exactamente cuál era su estilo.
La bolsa era perfecta para Victoria.
Tú lo sabías, ¿verdad? Pues claro que sí, porque tú siempre sabes ese tipo de cosas... la viste y sabías que era perfecta en el estilo de Victoria, que yo la había elegido como un reflejo de la costumbre... no fue hasta ese momento que me di cuenta de que tú nunca usarías algo así... no era tu estilo... no se parecía en nada a ti.
Esa tare pasaste por la oficina y Victoria de la mostró... pensé que estarías furiosa, celosa, que me recriminarías... pero sonreíste, como siempre: "Carlos y tú se conocen muy bien, como si estuvieran en sincronía ¿a que sí? ¡Qué envidia!", le dijiste a Victoria y luego te fuiste rápido.
Tenías los ojos hinchados cuando te vi al salir de la oficina. No quisiste irte conmigo. Dijiste que tenías mucho trabajo, que te quedarías hasta tarde. Pensé que me sentiría satisfecho, porque habías llorado. Estaba seguro que era por lo de la bolsa... pensé que era mi triunfo... ¿sabes qué? Quería quedarme y gritarte y decirte que era tu culpa, pero todas las palabras se me atoraron en la garganta y me fui sin decirte nada, sin disculparme, sin recriminarte, sin querer verte triste. ¿Me creerías si te dijera que me dolió verte triste? Seguramente no. ¿Verdad que no?
No volvimos a mencionar la puta bolsa. Recibí todos tus pinches regalos perfectos, uno tras otro: por conseguir un proyecto, por navidad, por San Valentín, por mi cumpleaños... me diste cosas que me gustaban, cosas que necesitaba, cosas que iban conmigo, que encajaban perfectamente. Yo sentía que cada regalo era una recriminación, señalándome que me conocías bien, que podías darme las cosas perfectas y que yo no tenía ni la más cagada idea de qué darte para hacerte feliz.
Ni te molestaste cuando no te di nada en febrero. Lo tomaste como si el que yo no te diera nada en San Valentín fuera lo más normal del mundo. De verdad no sabía qué regalarte, pasé todo el día anterior devanándome los cesos para pensar en algo que te gustaría, al final no encontré ninguna pinche tienda de cosas típicas abierta. Pero el hecho de que tú no esperaras ningún regalo después de darme la última pieza de una colección que llevaba años tratando de completar, me hizo encabronar más. Fingí que el regalo me era indiferente, igual que había hecho con todos los demás y tú te limitaste a sonreír con tristeza, planeando seguramente el siguiente regalo perfecto que me demostrara lo incapaz que soy de hacerte feliz.
Ese día decidí que te regalaría algo impresionante en tu cumpleaños. Estaba seguro de que seguiríamos juntos para entonces. Quería darte un regalo que fuera mejor que todo lo que tú me habías dado... quería impresionarte... de alguna manera me lo imaginé como una pinche competencia o algo así. Yo quería ganar.
Compré el puto celular porque hoy es tu cumpleaños y yo no tengo nada que darte. Aunque tuviera el regalo perfecto, no tengo manera de dártelo. Lo único que tengo es este estúpido teléfono que no va para nada con tu estilo, al que le puse la fecha de tu cumpleaños como número, después de que tú lo cancelaras en tu otro celular. Pero pensándolo bien, incluso una pendejada como esta te hubiera hecho feliz, ¿verdad?