jueves, 31 de marzo de 2016

Cuando te convertiste en espuma

No dejaste ni una sola cosa tuya en mi apartamento cuando te fuiste.
En el tiempo en que estuvimos juntos habías ido dejando cosas por todo el apartamento: un par de prendas en mi habitación, refractarios en la cocina, tu cepillo de dientes en el baño... yo fingía que me molestaba cuando los veía, pero secretamente me gustaban y me aterraban. Eran muestras de que te estabas volviendo parte de mi vida... había momentos en que tenía ganas de agarrarlo todo, meterlo en una bolsa y tirarlo a la mierda... y luego, había ratos en que quería ir a tu casa y traerme todas tus cosas para que te mudaras de una vez.
Supongo que debí haber notado que te llevabas las cosas esa última semana. A lo mejor te las llevaste todas la misma noche y por eso no me di cuenta... pero la verdad es que eran tan pocas, que igual no lo noté porque no todo el tiempo les ponía atención.
Supongo que no cuenta como disculpa, pero sabías que estaba estresado: llevaba meses tratando de conseguir ese proyecto y por fin me lo habían dado. Sabías que tenía que irme. A veces siento que aprovechaste la situación para abandonarme sin que pudiera hacer nada, sin que me diera cuenta a tiempo. ¿Tanto miedo tenías de que te detuviera? A lo mejor, si me hubiera dado cuenta, no te habrías podido escapar, habrías tenido que enfrentarme y no habrías tenido el valor para marcharte.
No recuerdo qué hicimos ese día. Me iba al siguiente día en la tarde, así que preparé todo, con tu ayuda... creo que tú preparaste casi todo mientras yo te hablaba emocionado del proyecto.
Una vez me dijiste que una de las cosas que te gustaban de mí era la pasión con la que te hablaba de mi trabajo. Me dijiste que te emocionaba oírme hablar de lo que me gustaba. Así que cuando no te emocionaste al escucharme, me enojé. Debería haberme preocupado, pero en lugar de sospechar, me irrité porque pensé que le quitabas importancia a mis cosas. Debes comprender que me habías acostumbrado a tu atención, a sentirme importante, y esa noche no sentí que me apoyaras... nos peleamos, aunque no recuerdo que hayas dicho nada.
Me calmaste, me hiciste olvidar el estrés y usaste las palabras exactas para engrandecer mi ego. Me hiciste el amor como nunca...
Me dijiste que me ibas a extrañar, y como un estúpido, pensé que te referías a los dos meses que pasaría fuera, en el proyecto... pensé en decirte que te llamaría, pensé en decirte alguna cosa cursi que sonara romántica o algo, pero no se me ocurrió nada. En lugar de eso, te dije que te veías patética, que no armaras escándalos por un par de meses. Me di la vuelta y me quedé dormido sin preocuparme. Estaba seguro de que estarías ahí al día siguiente. Estaba seguro de que estarías esperándome al finalizar el proyecto... ¿cómo se me iba a ocurrir que no estarías siempre si yo sabía que eras mía?
Ni siquiera noté cuando te levantaste... ni me di cuenta cuando te fuiste.
Me enojé un poco cuando desperté y no estabas. Salí de la habitación y Julio estaba ahí, ¿sabes? Bebiendo café en la mesa mientras miraba el desayuno que habías preparado. Te llamé y no contestaste, te busqué en el baño y no estabas. Le pregunté a Julio si habías ido a la tienda. Él no me contestó, pero yo asumí, y se lo dije, que estarías comprando los ingredientes para hacer esas galletas que me gustaban. Dije algo sobre que al menos tenías la decencia de hacer eso y seguí hablando hasta que Julio me pidió que desayunara. Por un momento me sentí incómodo... se me ocurrió esperarte, pero luego pensé que era tu culpa por no haber esperado a que yo me levantara a desayunar. Tenía hambre, así que comí contento... estaba frío, pero no me quejé... no te lo imaginas, ¿verdad? A veces sólo me quejaba para molestarte, no porque me enojaran las cosas.
Me gusta tu comida, incluso si está fría. Aquella mañana comí con gusto. Terminé de empacar, moví las maletas a la entrada... llamé al taxi y me senté a ver televisión. Pero no llegaste.
Te llamé un par de veces. No quería que notaras que empezaba a preocuparme... pero tu teléfono estaba apagado. Pensé que habías olvidado cargarlo, como siempre, le comenté a Julio lo tonta que eras, tratando de que no se me notara la ansiedad en la voz. Sabía que algo no estaba bien, pero no quería admitirlo, disimulé todo lo que pude... te llamé un par de veces más... seguía apagado... volví a burlarme de ti, le quité importancia... pero terminé explotando... después de esperarte toda la mañana, comencé a preguntarle a Julio si le habías dicho algo, ¿a dónde fuiste? ¿Por qué no habías vuelto? No quería decirlo en voz alta, pero me daba miedo que te hubiera pasado algo... ¿que tonto, verdad? Yo preocupado por ti y tú dejándome como la mierda...
No sentí nada cuando Julio me dio la carta diciéndome que le habías pedido que no me la diera hasta que volviera del viaje del proyecto.
La furia me golpea a veces cuando pienso en ello. Le pediste a Julio que guardara la puta carta por dos meses, hasta que regresara, ¿qué chingados pensaste? ¿Que no me iba a dar cuenta de que te habías ido? ¡Chingada madre! ¿Pensaste que no te iba a llamar o qué demonios? ¿Creíste que no iba a venir los fines de semana? ¿Que no me iba a dar cuenta de que había pinches extraños viviendo en tu casa? ¿Por qué madres pensaste que la puta carta podía esperar dos putos meses para darme tus pinches explicaciones de mierda?
Lo que más me encabrona es que tenías razones para pensarlo.
¿Sabes qué hice después de leer tu puta carta? Me reí. Luego me enojé... o al revés, la verdad es que ya ni me acuerdo. Cuando me encontré con Kevin en el aeropuerto, no le dije una mierda. De todas maneras el puto de Kevin ni sabía que había algo entre nosotros... pensaba, como tú, que nada más me acostaba contigo para pasar el pinche rato. ¿Qué jodido, verdad? Ya había decidido que me valía madres lo que dijeras. Estaba seguro de que volverías a pedirme perdón, que me suplicarías por volver a mi cama. No había decidido si te iba a perdonar, sin embargo.
Seguí pensando que todo estaba bien, incluso cuando te llamaba al teléfono para escuchar la puta voz de la operadora diciendo que el pinche número no existía. Te maldije un par de veces por no contestarme... me maldije cada vez por haberte prohibido que grabaras mi número... a lo mejor se te había perdido el pinche teléfono, a lo mejor se te había descompuesto, a lo mejor no tenías cómo contactarme y por eso no me llamabas... yo te había prohibido que me llamaras pero nunca te dije que no me pasaras tu pinche número nuevo si algo le pasaba al otro...
No le quería preguntar a Julio, pero empecé a llamarlo porque era la única conexión que tenía con la oficina... pero nunca me salía la manera de preguntar por ti... a veces él me cortaba, a veces era sólo que yo no me atrevía a tocar el tema.
Fue Kevin quien me lo dijo, ¿sabes? Me hizo sentir como un estúpido. Lo dijo sin más... que habías renunciado el viernes antes de que nos fuéramos de viaje para el proyecto... quién sabe que pinche cara habré puesto, que terminó burlándose de mí, diciendo que pensaba que sólo me acostaba contigo por pasar el tiempo, pero que era una mamada que ni supiera que habías renunciado, que al menos ya tenía tiempo para enfocarme en otras... ni se dio cuenta de que vomité del coraje, de que golpeé la almohada en la noche, de que me emborraché y te llamé al puto número inexistente, de todas las pendejadas que hice cuando me di cuenta de que en verdad te habías ido.
Lo que me jode es que yo también lo pensé, de alguna manera, que lo nuestro era sólo para pasar el rato, que te podía dejar sin mirar atrás, sin sentir remordimiento cuando te pidiera que te convirtieses en espuma... qué pendejo, ¿verdad?

No hay comentarios:

Publicar un comentario