domingo, 27 de marzo de 2016

Cuando te convertiste en espuma

Mosquito. Me carcajeé cuando supe que tus padres te llamaban así. Creo que te dije que te quedaba perfecto porque eras igual de fea que una mosca. Tú hiciste una mueca, sonreíste y concordaste conmigo. Sabía que no te considerabas bonita, pero no me importó burlarme de ello y utilizar el mote de tus papás para satirizarte más.

Ni siquiera me digné a preguntarte por qué te llaman así. Si tus papás tienen buena vista, seguro que se habrán dado cuenta de que eres preciosa, de la misma manera que me di cuenta yo: viéndote sonreír. La verdad es que no se me ocurrió preguntarte, me limité a reírme, hacer chistes sobre el dengue o zicca y luego comencé a llamarte mosca cada vez que mencionabas a tu familia: “¿Extraña la mosca fea a sus papás?”. Tú te reías de mis gracias y afirmabas orgullosa. No te avergonzaba admitir que eras la princesa de mamá y papá.

Me lo he preguntado hoy. ¿Por qué tus padres, adorándote como te adoran, te llamaban mosquito? Me entró la duda porque escuché una canción infantil sobre un mosquito que daba besos de corazón. El locutor dijo que estaba basado en un mito o algo así… a lo mejor tus papás te contaban esa historia antes de ir a dormir. A lo mejor cantabas la canción a todo pulmón… a lo mejor hay una historia divertida o tierna detrás del apodo… a lo mejor ya no es tiempo para preguntarte por ello, ¿verdad?

Me gustó pensar que el apodo es porque eres buena besando. Al principio no tenías experiencia en nada, pero siempre fuiste buena besando… me cagaba pensar que alguien te había enseñado a besar con pasión… pero a lo mejor simplemente eras natural para ello. Eso tampoco te lo pregunté. Creo que me hubiera dado algo si me hubieras contado sobre tu primer beso o sobre el idiota que te enseñó a besar.

Yo no soy como el pendejo de la canción al que le importaría una madre tu pasado con tal de que en el presente estuvieras con él… yo me enojaba cada vez que me acordaba que no habías aprendido a besar conmigo. Me tenía que morder un testículo para que no te enteraras de que estaba celoso en secreto.

La primera vez que me besaste en serio, sin vergüenza, sin alcohol, me sorprendí. Quién iba a decir que con esa boca chiquita de labios extraños ibas a poder besar con tanta pasión. Ni te has de acordar porque me besaste enojada. Nunca te acuerdas de lo que haces cuando estás enojada.

Yo me acuerdo porque me besaste como si no hubiera mañana. En ese momento se me olvidó que estábamos en la oficina… se me olvidó que te había prohibido que la gente se enterara de que había algo entre nosotros. Tu beso me encendió y te hubiera hecho el amor en ese instante si al separarte de mí no me hubieras visto con esa mirada de reproche.

Tenías los ojos llenos de lágrimas y se me olvidó que quería metértela. “¿Tanta vergüenza te doy?”, me preguntaste algo por el estilo. No supe qué responderte. Sí, me daba vergüenza que supieran que teníamos algo… o a lo mejor sólo tenía miedo de que si alguien se enteraba de que me estaba aprovechando de ti, irían a contarte todas las canalladas que había hecho antes y entonces se te hubiera olvidado que te hacía reír, o que te gustaba lo que te hacía en la cama… porque entonces me hubieras dejado como pendejo… y yo ya te había advertido que el que terminaba las cosas era yo, que el que mandaba era yo…

Pero en ese momento te valió madres. Me besaste, me desarmaste y no supe qué decir. Te quedaste mirándome y comencé a enojarme. Seguro te dije algo sarcástico, pero me dejaste con la palabra en la boca. Me diste la espalda y te fuiste caminando, luego te detuviste a unos metros, me miraste, esperaste, sacudiste la cabeza y te fuiste. A lo mejor esperabas que te llamara, que te detuviera, que fuera romántico, te pidiera perdón o te besara. Pero yo no soy así, ya lo sabes, ¿verdad?

Me dejaste de hablar. Yo me enojé más y decidí no llamarte, no mandarte mensajes, ignorarte de la misma manera en que tú me ignorabas en la oficina. Estaba seguro de que no aguantarías demasiado, pero la cosa se extendió a días y en el fondo comencé a asustarme un poco de que la ley del hielo se volviera permanente.

Sentí alivio de que nuestra ciudad fuera tan propensa a las lluvias y de que tú aún no hubieras comprado un carro. De que aceptaras que te llevara después de recriminarte que fueras tan infantil y de echarte en cara que te enfermarías y le dejarías el trabajo tirado a tus compañeros solo por ser orgullosa y caprichosa. Al final te fuiste conmigo sin saber que Carmen la amargada quería llevarte, y yo me le adelanté por muy poco… si te hubieras negado un minuto más, habrías regresado con ella y no conmigo. Pero tuve suerte. Te convencí, te llevé y con palabras, chantajes y sátiras, logré meterme en tu cama de nuevo, pero ahora con los besos apasionados, con un poco menos de vergüenza y pudor de tu parte.

El coraje se te fue bajando mientras trataba de imitar la manera en que me habías besado. Te reíste en mi boca y me preguntaste si me había gustado. No te respondí directamente, sabes que no soy así. Me limité a señalar que no eras tan mojigata como pensaba. Me aseguré de que entendieras que no debían saber nada de nosotros en la oficina… que habías sido una imprudente… te eché la culpa de todo. ¿Sabes que ni siquiera me acuerdo de por qué te habías molestado? Has de pensar que soy un cabrón. A lo mejor lo soy.

Esa noche me quedé en tu casa. Sabía que no estaba bien, pero me quedé porque comencé a pensar en quien te había enseñado a besar. No quise admitirlo ni siquiera en mis adentros, pero me sentí celoso y quise quedarme como una protesta sorda para él, para demostrarle que yo había conseguido algo que él no, para dejar en claro que era yo quien te tenía.

Yo te tenía. Era a mí a quien besabas… tú eras mi mosca fea.

Me encabrona que me hayas vuelto tan patético como para que una puta canción de mosquitos me haga extrañarte más. Supongo que ahora iré a mi casa a buscar canciones de mosquitos y mitos sobre el dengue y todas las enfermedades que contagian. A lo mejor así te odio más de lo que te extraño… a lo mejor así te recuerdo más y tengo buenos sueños contigo… a lo mejor me vuelvo lo suficientemente patético como para pensar como tú y entender por qué chingados te fuiste… a lo mejor me distraigo de ti… a lo mejor no puedo caer más bajo, ¿verdad?

No hay comentarios:

Publicar un comentario